Colección Memoria de Hierro

El valor moral del trabajo

El Metalúrgico, mayo de 1927

«La educación profesional obliga a todo hombre a apresurarse para ser órgano activo de la vida social y tomar sobre sí una de sus funciones, convertida en centro de su acción, por el cual adquiere sentido y dignidad su persona, avergonzándole de todo parasitismo y reservando el goce pasivo y gratuito de los bienes comunes para el niño, el decrépito, el idiota, el inútil: en suma, para el incapaz de producción». —Francisco Giner de los Ríos.

La fecha del Primero de Mayo, a la que se consagran fervorosamente todos los trabajadores del mundo para hacer pública demostración en dicho día de la potencialidad numérica que atesoran sus organismos sindicales, en los cuales se agrupa todo proletariado que ansía redimirse de su esclavitud, tiene, como corolario que humanice el sentido pacifista de esas grandes manifestaciones obreras, la floración del pensamiento humano, consagrando en el articulado de las peticiones que a los poderes constituidos formulan, y que tiene como fundamento moral de su razón de ser el establecer un sistema social más justo, en el cual esté garantida la personalidad del hombre como iniciación de una era de justicia que establezca como suprema ley «la paz universal».

Esta movilización de la clase trabajadora, unificada su acción colectiva pro una fuerza íntima, espiritual, que va arraigando en el alma de las multitudes obreras haciéndolas concebir la sublime esperanza de poder modificar con su esfuerzo personal el ritmo descompasado del actual momento social, encierra un valor moral tan estimable que ha de constituir por sí solos —para lo futuro— la acción dinámica en la cual radiquen todos los avances progresivos que realice la humanidad dolorida, en su marcha ascendente, hacia el ideal de redención soñado.

La clase trabajadora, al formar en su inmensa mayoría como elemento integrante de estas grandiosas manifestaciones obreras del alma popular, lo hace por sentirse solidarizada con todos los obreros del mundo y para mostrar con diafanidad absoluta a los eternos enemigos de sus reivindicaciones de clase explotada las causas originarias de todos los sufrimientos que padecen los humanos en su tránsito por la escena de la vida.

Cuando se enjuicia con lógicos razonamientos el proceso psicológico de las multitudes y se traza el diagnóstico que debe aplicarse al cuerpo social para hacerle sanar de sus dolencias, se inicia con ello la realización de la misión histórica que en su día habrá de cumplir la clase trabajadora, impulsada para ello por la ley inexorable de la transformación de los pueblos.

Y en una y en otra prédica colectiva de mejoramiento social se tiene como supremo argumento en donde gravitan todos los razonamientos contra la forma actual de producir y trabajar, el conseguir demostrar «el valor moral del trabajo» como suprema función que realizan los hombres para tener derecho a gozar de los bienes espirituales y morales que atesoran el pueblo que los vio nacer.

Todas las aspiraciones de la clase trabajadora organizada tienden únicamente a conseguir poder plasmar en una realidad hecha carne viva «la paz universal».

Y esa sublime concepción de la paz futura, por la cual luchan denodadamente los obreros de todo el mundo, tendrá como fundamento básico de su existencia, al regular la vida de relación entre los hombres, «idealizar la función social que realiza todo ser humano, fundiéndolo con la materialidad de la obra ejecutada».

Que todos los hombres, al aportar al acervo común toda la gama espiritual de su propia personalidad, se sientan dominados por la belleza estética de la labor realizada y vena reflejada en su propia obra el desdoblamiento de su mismo ser.

Las fuerzas de la naturaleza, sometidas a la concepción sublime del pensamiento humano, y el hombre, como ser racional, consagrando el caudal inagotable de su ingenio a transformarlas en sentido beneficiosa, para que goce de ellas toda la humanidad.

Los cantos de amor y de paz que los trabajadores del campo y de la ciudad entonan en sentidas estrofas en la Fiesta del Trabajo, son para nosotros la esperanza más firme de poder encauzar el sentimiento pacifista de las masas obreras por el camino de su redención.

Nuestra fe se fundamenta en el triunfo del Trabajo, y este, al dejar de ser un estigma de esclavitud, ofrecerá a la generación futura la realidad de una vida más humana, fundida en la alegría santa de la solidaridad universal.

Pascual Tomás Taengua
(1893-1972)