Cuando estas líneas se publiquen en las páginas de La Aurora Social, se habrán terminado ya las deliberaciones en los dos congresos nacionales, donde la clase trabajadora, que sigue la orientación sindical que preconiza nuestra calumniada —y por ello más querida— Unión General de Trabajadores, y los hombres que idealmente viven identificados con el ideario político que informa el Partido Socialista Español, habrán dilucidado de una manera inequívoca, diáfana, que no admita duda alguna, su posición con relación a su intervención —personal o colectiva— en la Asamblea Nacional Consultiva.
Sea cual fuese el criterio que en definitiva acuerde la clase trabajadora organizada, y el Partido Socialista, podemos afirmar, sin temor a posibles rectificaciones, que las dos únicas fuerzas que democráticamente, y con plena responsabilidad de sus actos han sujetado su actuación —pasada y futura— a la voluntad soberana de la mayoría de sus afiliados han sido únicamente la Unión General y el Partido.
Desde el advenimiento del Directorio a la vida de Gobierno, hasta la fecha, se han propalado contra los elementos más representativos de la Unión General, un montón de infamias, tendentes todas ellas, a tratar de demostrar la posible relación del poder público con la clase trabajadora adherida a la Unión.
Y sin embargo, cuando llega el momento en que precisa que todo cuanto en España tiene una representación, manifieste su criterio con relación a un asunto de tan vitalísima importancia para la vida civil de la nación, las únicas fuerzas que se reúnen y deliberan lo que más conviene para la defensa del interés general sin que de antemano formularan sus dirigentes opinión alguna sobre el particular, son precisamente aquellos sobre los cuales pesa la acusación de vivir en concomitancia con el poder constituido.
Es cierto que la prensa ha dado su opinión hasta donde las circunstancias lo han permitido; pero ello no basta porque de sobra se sabe que en nuestro país no son los periódicos —salvo contadísimas excepciones— órganos representativos de un partido, sometidas sus editoriales a la disciplina que impone el ideario político que se trate de defender.
Los hombres que han tenido una responsabilidad en la obra pasada de gobernar España, callan ahora, y su silencio puede significar dos cosas: o falta de autoridad moral para enjuiciar la acción de conjunto que el gobierno realiza o carencia absoluta de medios de opinión que les siga para poder informar debidamente en nombre de la misma el criterio que les merece los problemas que se preocupan al país.
Nosotros opinamos más por lo segundo que por lo primero.
Los partidos políticos burgueses en España son desde hace algunos años —doloroso es decirlo— una ficción.
Esto precisa repetirlo centenares de veces para que los trabajadores que han sentido recelos de practicar la acción política de clase, confiando su representación en los compañeros más capacitados por temor a posibles represiones, lleguen a adquirir el convencimiento firmísimo de que aquella pueda sostenerse por la incomprensión de las gentes de lo que significaba para el porvenir de nuestro pueblo el tener como representantes suyos a hombres que no sintieron nunca noblemente las aspiraciones de los humildes.
Nosotros seguimos tan lejos de lo actual, como de lo pasado.
Queremos demostrar si ello es posible a nuestros compañeros y a aquellos que sin serlo, nos atacan sin razón justificada algo que es fundamental y que no pueden ni deben olvidar.
La Unión General de Trabajadores y el Partido Socialista son hoy —lo fueron ayer y lo serán siempre— dos potencias en donde se concentran las fuerzas creadoras de la democracia española.
Tratar de cegarlas es inútil y perjudicial. Ellas de por sí pueden abrir el cauce normal donde las aguas tranquilas y beneficiosas del progreso, rieguen la tierra estéril en los campos yermos de la vida política española, para que al arrojar la semilla de las ideas, estas revienten en vida nueva dándole al país ciudadanos libres en absoluto de aquellos prejuicios que tanto denigran al hombre que los padece.
Cuantos más se nos combata infundadamente, mayor daño se hará a las ideas y a la organización obrera.
Mediten serenamente los compañeros si merece la pena que abandonen la actitud pasiva en que ahora viven entregándose de lleno a la obra de la organización ya que esta, siguiendo la trayectoria trazada por la Unión General y el Partido, representa hoy en España la esperanza más firme para poder redimir a los que sufren.