Colección Memoria de Hierro

Páginas de nuestra historia

El Trabajo, mayo de 1937

Las páginas de la historia de la Unión General de Trabajadores de España están sembradas de sacrificios individuales y colectivos realizados por los hombres que militan en sus filas, los cuales, educados en los postulados que informan nuestro organismo nacional, han sabido y saben en todo instante adoptar aquellas actitudes que están a tono con las obligaciones ineludibles que el deber señala a todo hombre.

No hay un solo hecho en la vida sindical y política española que signifique avance progresivo hacia el logro de ambiciones ideales nuestras en el cual esté ausente la personalidad individual y colectiva de nuestra Unión General.

Cuando en España no era posible hablar de organización, porque la defensa de la misma significaba la pérdida del trabajo, de la libertad y, muchas veces, de la propia vida, los hombres adheridos a la Unión General, silenciosa y abnegadamente, iban sembrando doctrina sindical en el pensamiento de los otros trabajadores para educarles en nuestras ideas y convencerles de la necesidad en que estaban de sumarse a la obra que estábamos realizando.

Aquella siembra de ideas, consciente y reflexivamente realizada, perfiló con rasgos firmes e imperecederos la personalidad de nuestra Unión General.

El transcurso del tiempo fue planteado en la vida política y social de España problemas de honda envergadura nacional, y siempre, siempre, la Unión General estuvo presente y sus hombres fueron los paladines más esforzados y más románticos a la vez para defender las ambiciones ideales de la democracia española.

Los años 1909, 1911, 1913, 1917, 1921, 1923, diciembre de 1930, abril de 1931 y octubre de 1934 son un exponente magnífico que justifica plenamente las palabras que anteriormente quedan transcritas.

En 1909, cuando las ambiciones imperialistas de una monarquía absoluta empujaron a España hacia la loca aventura africana, es nuestra organización y es nuestro Partido Socialista quienes ponen al pueblo en pie para rebelarse contra tal aventura. La fuerza brutal de las armas ahoga en sangre aquella manifestación de civilidad.

Cuando aún las heridas no estaban restañadas, surge en 1911 otro movimiento huelguístico, que se acentúa con caracteres más graves en 1915 y llega a culminar en 1917 en esa magnífica huelga general revolucionaria de la cual arranca todo el movimiento de redención del proletariado español.

En 1923, la monarquía, unida en responsabilidad histórica a los militares responsables del desastre de África, impone durante siete años la dictadura militar en nuestro país. En esos siete años callaron todas las voces, y solamente la de la Unión General y la del Partido seguían diciendo en voz alta su pensamiento. No por complacencia del dictador, como lenguas viperinas propalaron, sino porque nuestro movimiento sindical y político había calado hondo en la conciencia del pueblo, que nuestras palabras, lanzadas desde la ciudad, encontraban un eco cariñoso en las aldeas, en las villas y en los pueblos de España.

Después, está aún viva la estampa de la huelga de diciembre, seguida de aquellas magníficas elecciones de abril que acabaron con el poder monárquico. ¡Cuántos sacrificios ha realizado la Unión General, colaborando con los republicanos en los primeros años de la República, para modernizar la vida política española y darle a España la tónica de ciudadanía y de civilidad que el movimiento histórico reclamaba!

En aquel entonces, por defender estos postulados, que representaban en la realidad la defensa de la República democrática, la Unión General y sus hombres recibieron, como compensación a su labor silenciosa y abnegada, los más crueles insultos. Sin embargo, siguieron laborando, y España debe a esos sacrificios callados y heroicos las posibilidades que tiene hoy para fijar por si sola su porvenir y su libertad.

La subversión militar ha servido para demostrar de nuevo la labor, sin alardes retóricos, de la clase trabajadora, y muy especialmente de nuestra Unión General.

Sin necesidad apenas de excitar el celo de nuestros hombres para que cumplieran con su deber, de los talleres, de las fábricas, de las obras, de las minas y del campo salieron nuestros hombres para fundirse en un abrazo con aquellos otros que abandonaban la universidad y la cátedra, para marchar unidos a defender la independencia de España contra el brutal ataque del fascismo internacional.

No es hora aún de que hagamos un balance de todas nuestras aportaciones a la obra colectiva de la defensa de España. Algún día será preciso hacerle. Pero mientras ese instante llega, que sepan todos los amigos y los afines, los que son hombres nuestros y los que nos miran desde otros partidos políticos y desde otras organizaciones sindicales, que la Unión General ha sido, lo es hoy y lo será mañana una de las columnas sobre las cuales ha de descansar la sociedad del porvenir.

Es la Unión General y son sus hombres los héroes románticos del ideal que van sembrando el sacrificio, sin importarles ni poco ni mucho el botín de la victoria. Por ser héroes y por ser románticos luchan y mueren hoy por España, por la República y por nuestras ideas. Pero que no piense nadie que ese romanticismo ha de tolerar que otros elementos sin historia y sin sacrificio tratan de cargar en sus alforjas lo que nosotros hemos conquistado con años interminables de amargura y de dolor.

La victoria no la queremos para nosotros. La victoria la queremos para España, para la organización obrera, para el pueblo que dio su vida y, en suma, para los santos ideales socialistas, que han sido la fuerza espiritual que nos dio vida a todos los hombres de nuestra gloriosa Unión General de Trabajadores.

Pascual Tomás Taengua
(1893-1972)