Colección Memoria de Hierro

El sentido del deber

El Trabajo, mayo de 1938

—Si tú reconoces que el momento es difícil, y por serlo tanto exige el agrupamiento de todas las fuerzas antifascistas para fundir su voluntad en una sola ambición de victoria, yo te pido, en nombre de nuestra clase social, que medites un poco y cambies fundamentalmente de conducta, para no entorpecer con tus acciones la unión sagrada de cuanto luchamos por la independencia de España y por nuestra liberación.

—¿…?

—Fácil te será comprenderlo. La lealtad y la honradez política en el procedimiento y en la acción son factores que deben presidir en todo instante la palabra y el pensamiento de cuantos hombres tienen una significación social.

Si se discrepa de la obra que colectivamente se realiza, y en cuya gestación y desarrollo se tiene una responsabilidad indeclinable, la discrepancia se está obligado a razonarla allí donde la articulación y el estudio del problema tienen su iniciación.

De ese círculo no puede salir la discrepancia, ni mucho menos airearla por los mismos hombres discrepantes.

—¿…?

—¡No! Yo no te pido sumisión a nadie. Lo que te digo es que si la discrepancia es tan fundamental que imposibilita todo punto de coincidencia para seguir caminando unidos, de cara al país se dice la verdad: pero separándose previamente del grupo de hombres que tienen una misión a realizar, y cuya obediencia a sus decisiones eres tú quien más grita para que las cumplan los demás.

—¿…?

—El rumor influye en la masa anónima del pueblo según sea la persona que lo lance a rodar.

Decir ahora públicamente, y por personalidades de significación política, ante una multitud que espera palabras de exaltación para la lucha: «Nosotros no consentiremos jamás que se realicen pactos con el fascismo», es afirmar en buen castellano que alguien pueda intentar la realización de tal infamia.

Ese rumor, propalado por gentes de poca solvencia no roza la fina sensibilidad del pueblo. Esas manifestaciones, hechas —como lo han sido en el caso que nos ocupa— por diputados pertenecientes a un partido determinado que tiene representantes suyos en el gobierno, hacen que la duda atormente la conciencia de los trabajadores, y de rechazo merman su moral de combatientes a límites insospechados por quienes hablaron tan precipitadamente.

—¿…?

—¡No! No es eso lo que yo digo. Lo que te afirmo es que si se tiene la prueba moral de que alguien trata de forzar un abrazo de Vergara que anule todo el esfuerzo realizado en defensa de nuestra libertad, se está obligado a decirlo primero en donde se trabaja colectivamente para acelerar la victoria, y si no se obtiene satisfacción, entonces se separa uno de la responsabilidad de gestión y de mando, y como un ciudadano cualquiera se le dice al pueblo, clara y rotundamente, sin usar el subterfugio, quién o quiénes pueden traicionar sus legítimas ambiciones ideales.

—¿…?

—No es hora de aumentar numéricamente las fuerzas propias cargando sobre los demás partidos y organizaciones sindicales las responsabilidades sobre la solución de problemas que nuestra guerra atenaza y complica.

Es por el contrario, el instante en el cual, callada y silenciosamente, con entusiasmo y decisión, todos los que anteponemos el ideal de nuestra victoria plena a toda conveniencia personal debemos esforzarnos por unir la mayor suma de energías de que seamos capaces para canalizarlas en pos de esa victoria que nos dará primero, la independencia como pueblo, y mañana, la libertad como clase social.

Quedan aún horas muy difíciles para España y para la República.

Tensemos el ánimo para resistirlas, superarlas y vencerlas.

Con estoicismo heroico, más heroico cuanto más callado y más sublime cuanto más romántico, yo te pido en nombre de la libertad y de la democracia social, que tú dices

defender, que silencies hoy tu forma impremeditada de enjuiciar los problemas y que te lances con nosotros al trabajo creador de cada hora.

Es de la única forma que podremos asegurar para el mañana victorioso la convivencia mutua, y hasta posiblemente nuestra unidad espiritual, por haber fusionado en uno solo nuestros postulados políticos, como señera que guíe a los hombres hacia su liberación.

Tú verás, compañero, si puedes aceptar el consejo.

Pascual Tomás Taengua
(1893-1972)