Colección Memoria de Hierro

La incorporación de la mujer al trabajo

El Trabajo, octubre de 1938

Como socialistas y como hombres hemos defendido siempre la incorporación de la mujer a la vida social y política de España con la plenitud de derechos y deberes que le están señalados a hombre en la Carta fundamental del Estado.

Abrirle de par en par las puertas a la mujer española para que penetrara resueltamente en la Universidad y en el taller, en la fábrica y en los puestos representativos del Estado ha sido siempre una ambición ideal de todo socialista, cuyos perfiles de realidad viva empezaron a cristalizar al proclamarse la República.

Sabíamos perfectamente, al sembrar nuestra doctrina emancipadora de la mujer, que la causa fundamental que ha servido para inutilizarla como fuerza dinámica colaboradora de todo progreso social descansaba en la dependencia económica a que estuvo sujeta la mujer española por haber tenido cerrado todo camino de superación personal, al término del cual encontrarse con su propio esfuerzo de trabajo su independencia económica del hombre.

El ideal de la mujer quedaba limitado —por la fuerza coercitiva y viciosa del ambiente que la rodeaba— a procurar cuidar de su belleza física, sin pensar un instante en cultivar su yo íntimo, su conciencia personal, a cuyos dictados podía haber encontrado nuevas manifestaciones de su valor, muy superiores a los encantos físicos de su cuerpo.

Con estos antecedentes —que fueron y siguen siendo una realidad— no puede extrañarnos que la mujer española haya vivido al margen de todo conflicto doctrinal y que hoy sienta los horrores de la guerra por los desgarres que a su condición de mujer le producen los hechos trágicos que acompañan a toda convulsión dramática.

Si en épocas de aparente tranquilidad social hemos propugnado por fundir a la mujer en su vida de trabajo y de estudio al lado del hombre, hoy, que la guerra reclama la colaboración colectiva de todos los españoles para salvar la independencia de España, nuestro grito de antaño adquiere sentido de realidad que nadie puede desoír.

Ahora bien: una cosa es la incorporación de la mujer a la responsabilidad creadora de trabajo y dirección política de España, y otra, muy distinta, la de usar de la mujer para desfiles grotescos por las calles de las ciudades de la España leal, que nada tienen de constructivos y si mucho de deprimentes. La mujer puede y debe sustituir el trabajo del hombre en muchas manifestaciones de la vida industrial. Por eso debe realizar su incorporación al trabajo, pensando permanentemente en que la ausencia del hombre a quien hoy sustituye, y con el cual tendrá que colaborar mañana, está motivada porque el hombre está en las trincheras defendiendo con su vida el derecho a alcanzar una victoria que permita afianzar para siempre la libertad y la independencia de la propia mujer como ser humano.

Si esta mujer clava en su pensamiento esta verdad, comprenderá, a su vez, que para ser enfermera en un hospital no necesita adornar su cuerpo de ropas llamativas ni ostentar sobre su pecho cruces, más o menos rojas. Le bastará tener un corazón sensible al dolor y pensar que aquel herido, antes que hombre, es soldado, y como soldado reclama únicamente solicitud y cuidado para su carne rota.

La mujer, en el despacho, en el banco, en la fábrica, en la guardería, no necesita, para cumplir sus deberes de guerra, de madrigales de nadie de los que aquí quedaron, no siempre dignamente. Necesita sólo pulso sereno y voluntad firme para ordenar su trabajo y cuidar de los niños, a fin de que ni la producción ni los niños pequeños noten la ausencia de los que mueren por España. La incorporación de la mujer al trabajo quiere decir, compañeras de la España leal, que para vosotras empieza una nueva vida. Ya no precisará esperar al hombre para poder frecuentar universidades, escuelas, despachos, talleres y viajar por el mundo conociendo la realidad de la vida.

El trabajo se produce para vosotros en una posibilidad de escoger por vosotras mismas el camino a seguir. Una vez en marcha, si hubo error en la iniciación, el hecho de tener una profesión que os salva la dependencia económica del hombre facilitará la rectificación.

Pensad un instante cada día en el valor social que atesora esta conquista, y decidme si vale la pena destruirla al nacer para confundir el taller y el despacho en una prolongación del paseo diario donde antes esperabais la palabra galante del eterno «don Juan».

Pascual Tomás Taengua
(1893-1972)