«El drama de toda esta confusión internacional consiste en el hecho de que nunca nadie ha tenido el deseo de hablar claro, de que continuamente se ha mentido y de que todavía sigue la orgía de las mentiras»
Leon Jouhaux
Tarde, quizá demasiado tarde para la defensa de los intereses morales que representa, ha reaccionado públicamente el compañero Jouhaux contra los estragos que causa en las filas de la democracia obrera francesa la política de mentiras y claudicaciones seguidas por los gobiernos de Francia y de Inglaterra en sus relaciones con el fascismo internacional.
Ha sido preciso que el Sr. Daladier pronunciara su discurso en Marsella seguido del cortejo de medidas legislativas contrarias a los intereses del proletariado francés, para que sus líderes más representativos se den cuenta, ¡ahora!, de lo peligrosa que resulta la política —nacional e internacional— desarrollada por los gobiernos llamados democráticos y tolerada por los que ahora claman contra las mentiras oficiales de la diplomacia burguesa.
En orden al problema español no puede decir el amigo Jouhaux «que no se ha querido hablar claro».
Por haber hablado con absoluta claridad y por haber demostrado el sentido civil de nuestra guerra es por lo que han permanecido sordos los que tenían la obligación de haber actuado en favor de la República española desde el primer día de producirse la subversión militar fascista.
La UGT llevó el problema español a la tribuna internacional.
En el mes de septiembre de 1936 planteábamos en París, como delegados de la UGT ante la FSI y la IOS, la necesidad de que las internacionales ajustasen el ritmo de «sus actos al de sus palabras», y obligasen por todos los medios a su alcance a los gobiernos de Europa a cumplir los compromisos que tenían con la República española.
En el mes de octubre, y aprovechando la circunstancia de haber sido designado delegado de la asamblea de la Sociedad de Naciones, repetimos en Ginebra y en Berna los argumentos legales y aquellos otros de profundo sentido humano, reclamando de las democracias la solidaridad más amplia para la República española.
En el mes de diciembre del mismo año hablamos al pueblo de París de nuestra guerra.
La identificación de aquel pueblo con el nuestro era —y lo es— absoluta. Frenaban —entonces y ahora— su solidaridad hacia España las fuerzas coercitivas del Estado, manejadas hábilmente por los maese Pedro del capitalismo.
En marzo de 1937 las constantes llamadas de la Comisión ejecutiva de la UGT a la conciencia universal obligan a celebrar en Londres una conferencia internacional de la FSI y la IOS, a la que se invitó también —a petición de la España obrera y socialista— a los parlamentarios socialistas de los diversos parlamentos de Europa.
De cómo se expresó la delegación española en la citada Conferencia, apenas si llegaron a España algunas notas sueltas.
Vale la pena recordar algunas de aquellas manifestaciones para que los amigos de dentro y para los que desde fuera se dicen serlo no argumenten en la forma que lo están haciendo.
La representación de la UGT se expresó en estos términos:
«La Unión General, al solicitar esta Conferencia tenía y tiene una visión de la constitución de la misma que la realidad ha defraudado en absoluto. Nosotros ambicionábamos que a esta Conferencia acudieran todos los elementos antifascistas que en el mundo luchan por defender la libertad y la democracia, sin pararnos a pensar a qué Internacional pertenecían los que podían colaborar con nosotros en el aplastamiento de fascismo. No nos interesa ahora saber si los antifascistas son católicos, comunistas, anarquistas o socialistas. Lo que nos interesa es apretar fuertemente mano contra mano y unir corazón junto a corazón para poder enfrentar contra la Italia y contra la Alemania fascistas todo el sentido emocional de la democracia universal (…)
Hace falta reiteraros que en esta aspiración nuestra no va envuelto el deseo de que nadie abdique de sus doctrinas, de que nadie haga abdicaciones de sus ideas. Lo único que España os pide es que se canalicen todos los esfuerzos antifascistas que en el mundo se realizan, para poder crear con ellos el instrumento que triture de una vez y para siempre la amenaza internacional del fascismo.
Los elementos responsables de las dos internacionales han entendido el problema de una manera distinta a la nuestra. No han aceptado nuestra sugerencia. Han limitado las representaciones a esta Conferencia. No nos queda más que un remedio a la delegación española: Aceptar hoy lo hecho. Trabajar aquí con entusiasmo para que nuestros puntos de vista sean compartidos por todas las delegaciones, y reservarnos para mañana, en un Congreso, el poder analizar la trayectoria seguida por los dirigentes responsables de nuestras internacionales en el problema de España (…)
En esta Conferencia lo hemos dicho, y es indispensable volverlo a repetir ahora: España necesita de vosotros algo más que declaraciones de solidaridad envueltas en literatura y en bellísimas palabras de cariño. Vosotros no podéis olvidar que la literatura y las palabras no sirven para aplastar al fascismo.
Frente al fascismo, que representa una fuerza contra toda razón, hay necesidad de que nosotros enfrentemos una fuerza superior que pueda vencerle. Si esto no se hace así llegará un momento en que nuestra literatura sólo servirá para cantar en sentidas estrofas la muerte civil de un pueblo en defensa de su libertad (…)
En España, no lo olviden ustedes, representantes de la democracia universal, el fascismo podrá destruir nuestras casas, nuestros monumentos; podrá asesinar a centenares de mujeres y niños, mientras el pueblo, en las trincheras, lucha por su libertad y las democracias discuten qué piensan hacer; pero no esperéis de nosotros una rendición a la fuerza brutal del adversario. Si las democracias nos dejan solos, si a España siguen llegando a millares los soldados del fascismo internacional, si llega un instante en que no encontramos salida para nuestra causa no esperéis —repito— rendición ni claudicación. La clase obrera española, cuando no pueda más, convertirá las provincias leales en nuevas Numancias; prenderemos fuego a cada ciudad por los cuatro puntos cardinales; y vosotros, cuando terminéis de discutir la forma de prestarnos solidaridad, encontraréis un solar, sobre el cual la generación futura podrá edificar una sociedad más justa y más humana que la que nosotros hemos vivido.
Yo tengo el deber de deciros a vosotros, líderes de la Federación Sindical Internacional y Socialista, y a todos los parlamentarios socialistas de Europa, que meditéis muy mucho lo que está ocurriendo en España. El porvenir del Socialismo y de la democracia está en vuestras manos. Lo que en España habrá de ser mañana depende de nuestras deliberaciones. Mirad que es grave la responsabilidad que pesa sobre todos nosotros antes de adoptar un acuerdo determinado en el problema de España. Yo ignoro que se esgrime como argumento para justificar la política seguida hasta ahora la posibilidad de una guerra universal, y en respuesta a ese argumento digo que sí ahora el fascismo amenazara con una guerra porque las democracias ayudasen a España como España merece, la realidad sería que se unirían en apretado abrazo para la defensa común, Francia, Inglaterra, Bélgica, Checoslovaquia y Rusia, y yo tengo la seguridad absoluta de que en cuanto el fascismo viera dispuestos a luchar por la libertad de una manera decidida a las democracias, el fascismo daría un salto hacia atrás y cesaría automáticamente en sus provocaciones.
Si nos dejáis solos por ese temor a la guerra, o porque se supedite la conveniencia de la clase trabajadora a la exigencias de ciertos gobiernos y dejáis a España sola, se corre el peligro de que el fascismo nos venza; pero no olvidad también que al día siguiente de ser destruida la democracia española, Checoslovaquia sufrirá inmediatamente igual suerte, y tras ella, Francia y Bélgica, que tienen el mismo problema que nosotros teníamos en el año 1934. Ahí quedan estas palabras. Yo no quiero, en nombre de la Unión General, remarcar con tintas más negras los perfiles de vuestra situación política interior; pero lo que sí quiero es que miréis cara a cara al porvenir con la misma emoción dramática que lo estamos mirando nosotros (…)
Se han levantado en armas contra las escuelas y contra la ley social. El Gobierno republicano socialista, al implantar la República, creó en España cincuenta mil escuelas, y junto a las escuelas unas leyes sociales que significaban un mínimo de garantía para el obrero que rendía diariamente un trabajo en el campo, en la fábrica o en el taller. Y como la gente adinerada estaba acostumbrada, abusando de la incultura de la masa, a convertir a cada obrero en un esclavo de su capricho y a sentirse dueña en el trabajo del pensamiento y de la vida del propio trabajador, en cuanto ha visto el peligro que significaban cincuenta mil escuelas educando al pueblo y una ley social que le amparaba y le protege, los militares se han sublevado, apoyados por los grandes capitalistas y los terratenientes, para combatir la labor pedagógica de la República y la labor humana de la ley social. No persecuciones religiosas ni política anarquizante. Sencillamente, parlamentarios socialistas, defensa de la libertad por parte nuestra, defensa de la cultura y mínimo de garantía para que el pueblo caminara dentro del marco legal de su República democrática (…)
Ahora mismo, en el instante en que estoy hablando, a través de las ondas ha llegado hasta mí las noticias primeras de la amenaza italiana en el frente de Guadalajara. Están los italianos con sus máquinas de guerra destruyendo nuestros pueblos, asesinando a nuestros milicianos. Me parece oír desde esta tribuna los gritos de rabia de mi pueblo frente a la invasión italiana. Tengo la esperanza absoluta de que los soldados de mi patria, la carne de mi pueblo, que es mi propia carne, quedarán muertos en las trincheras, pero no retrocederán, y yo quisiera que mis palabras tuvieran el valor simbólico para que estos gritos que yo he oído, lanzados desde Guadalajara por mi hombres, entraran en la conciencia vuestra para que aprendierais a ver cómo se defiende la libertad en la España de mis amores (…)
Lo elementos integrantes de la Federación Sindical Internacional deben adoptar determinaciones, a virtud de las cuales se organice un boicot absoluto de todas las mercancías con destino a los rebeldes, hasta conseguir que no pueda llegar hasta ellos ni un solo hombre, ni un solo fusil, ni un solo grano de trigo. Junto a esta acción perseverante los sindicatos de toda Europa deben declarar a sus gobiernos respectivos, previo acuerdo adoptado en esta conferencia, que están dispuestos en un día y hora determinados a que se paralicen durante unos minutos todos los trabajos para que esa paralización de los talleres y de las fábricas les haga saber a los gobiernos el grado de solidaridad de los trabajadores hacia la causa nobilísima que la España democrática defiende.
Porque los trabajadores no pueden olvidar que en esta guerra nosotros, los españoles, estamos defendiendo, en primer término, la independencia de España, nuestra libertada individual y nuestro derecho a pensar; pero los obreros saben o deben saber que en la punta de las bayonetas de nuestros milicianos está la seguridad de la paz universal. Si las bayonetas pueden alzarse hasta lo alto y brillar esplendorosas con los laureles de la victoria, la libertad y la paz del mundo están salvados. Si la mano que empuña el fusil en España cae, la democracia y la paz en toda Europa están en peligro de muerte (…)
Si esa solidaridad se nos presta, España republicana triunfará de todos sus adversarios ¿Para dar paso, como dicen nuestros adversarios, a una política anárquica? No.
Dirige el Gobierno de España un hombre que conocéis vosotros: un socialista educado a vuestro lado y que tiene demostrado en la realidad de su propia vida el cariño que siente por los ideales emancipadores de la clase trabajadora.
Este hombre es Francisco Largo Caballero, dirigiendo el Gobierno de la República, no entregará jamás España en manos de quienes no sepan lo que van a hacer y cómo van a orientar la vida económica y política de la nación.
Vuestra solidaridad es precisa ahora para ganar la guerra, para triunfar contra los invasores fascistas, para salvar a la Humanidad de nuevos dolores y de nuevas lágrimas; y cuando hayamos ganado la guerra tened la seguridad absoluta de que entonces nos consagraremos con toda emoción a reconstruir la vida cultural y económica de España sobre unas bases de libertad y de reposo; pero no conformándonos con que estos conceptos estén escritos en papel, sino que articularemos la vida de nuestros país de forma que la libertad, y la igualdad, y la fraternidad humanas puedan convertirse en realidades vivas que compensen a las generaciones futuras de todo el dolor y de toda la amargura que estamos sufriendo ahora nosotros.
¡Democracias de Europa! ¡Parlamentarios socialistas! ¡Trabajadores del mundo! Ayudad a España a defender su independencia y su libertad».
Así habló España en 1937. Su lenguaje fue lo suficientemente claro para que lo entendiesen los que tenían la obligación de interpretarnos.
El Primero de Mayo, la UGT figura en las personas de sus delegados al frente de la manifestación que el proletariado francés organiza para conmemorar la fiesta del trabajo.
Al final del acto nuestra voz, a través de las ondas invisibles de la radio, llega a todos los pueblos de Francia en demanda de solidaridad para la España republicana.
Horas después, y acompañados de nuestro embajador en Francia, compañero Araquistáin, y de Leon Johaux, pedimos personalmente al camarada Blum, una acción solidaria más eficaz en favor de España, ya que Bilbao estaba amenazada terriblemente y su pérdida produciría extraordinario dolor a la República.
Toda la emoción fervorosa de nuestras palabras se desgranaban en los oídos del compañero Blum como los ecos de una música lejana que se pierde en lo infinito… Hablábamos nosotros, y él, soñaba.
En el mes de junio, En Ginebra. En julio, en París, y en octubre, de nuevo en la capital de Francia la delegación española de la UGT martilleaba los oídos de los dirigentes del obrerismo internacional, repitiendo una y otra vez la justicia de nuestra causa y exigiendo —hasta donde nos es posible exigir— que las organizaciones sindicales y políticas del mundo, junto con sus hombres representativos, dejase el tono suplicante que informaban sus peticiones ante sus gobiernos respectivos y usasen del lenguaje impositivo, a tono con las exigencias de la Historia.
No ha sido así.
La carrera loca del fascismo ha devorado Austria y Checoslovaquia.
La fiera apocalíptica no admite el freno. Pretende más, mucho más; todo cuanto el mundo democrático sea capaz de cederle por cobardía y por sometimiento de los gobiernos a los intereses capitalistas.
España ha salvado su responsabilidad ante la Historia.
Desde el primer momento expuso en su lenguaje sencillo y firme la verdad de su tragedia.
No se quiso creer en la fe de nuestro pueblo en sus propios destinos, y se ensayaron los cantos funerales de nuestra muerte civil.
España sigue invicta y en pie.
Mañana, cuando la victoria sea plenamente nuestra, a España habrán de trasladarse las directivas del movimiento obrero y socialista, para ser desde el primer momento los rectores de la política internacional, única forma de acabar con esa política de mentiras diplomáticas que tanto daño y tanta sangre ha costado su reinado a la Humanidad toda.