Colección Memoria de Hierro

La educación de los jóvenes

La Aurora Social, 10 de octubre de 1930

Tenemos un concepto tan elevado de la misión social que realizamos al intervenir directamente en la propaganda y difusión de nuestros ideales socialistas que en todo momento queremos que las páginas de La Aurora Social sean, sin estridencias de lenguaje, la encarnación de nuestro apostolado laico en el cual se manifiesten libremente nuestras opiniones con relación a los problemas más graves de la vida política española.

Consecuentes con este criterio, que es de absoluta solidaridad moral con todos aquellos hombres que cual nosotros luchan por la transformación política del régimen social imperante, queremos dar cabida en nuestro periódico a la difusión de un proceso que se está iniciando en la conciencia nacional y del que ha de ser actor principal por derecho propio la juventud española. Proceso de cuya gestación, desarrollo y consideraciones finales son en el momento presente una incógnita para la mayoría de los españoles.

Siete años de dictadura destrozaron impunemente los restos de la personalidad civil del pueblo español. La herencia morbosa que de esa manifestación de fuerza —sin otro freno que la voluntad vesánica de un hombre anormal— está recogiendo España, es de tal naturaleza, que peligra para lo futuro su ritmo normal y progresivo como nación civilizada.

Cuando el poder público olvida —y este es el caso de la dictadura militar como antes lo fue de los partidos liberal y conservador— el más elemental respeto a las leyes escritas que garantizan en el Código del Estado los derechos de los ciudadanos se incita a una parte del pueblo, con esa conducta inmoral de los gobernantes a que conviertan la fuerza bruta en instrumento único de razón y de progreso. Y en ese peligro vive España a juicio nuestro en estos momentos.

Roto por los de arriba el equilibrio aparente que mantenía en España las apariencias de país constitucional, y contra cuya mistificación luchamos en todo momento denodadamente, precisa ahora delinear para lo futuro cuál debe ser la forma en que debe orientarse la dirección de la cosa pública.

No es posible solamente esperar de la generación que ya cumplió sus cuarenta años y que tiene aún sangrantes las heridas que le infirió el despotismo de los poderosos que sean ellos solamente los que realicen esa labor meritísima de estructuración de un régimen más liberal.

Ha de ser preciso indispensablemente que la juventud española, que atesora en su entraña el dinamismo necesario para impulsar la acción civilizadora de todo el pueblo saturando de romanticismo las luchas políticas que se avecinan en defensa de la libertad, sea ella la que adquiera en el torneo nacional el preciado galardón conferido al vencedor.

Pero la juventud española ¿siente ya, como algo consustancial con su propia vida, el problema palpitante de su independencia ciudadana? Y si ya es capaz de sentirse emocionada por las injusticias de los tiranos ¿qué posición ideal estima indispensable adoptar frente a las normas de dictadura y de opresión impuestas al pueblo español por la sublevación del 13 de septiembre del año 23? ¿Qué criterio le merece la acción política de los partidos antidinásticos en su constante laboreo difundiendo los altos ideales que informan la esencia de gobierno republicana?

Preguntas son estas que acusan por nuestra parte una preocupación muy legítima por la causa de la libertad, y que encierran en su contenido toda posibilidad de afianzamiento y defensa de un régimen político más en armonía con los sentimientos de justicia y de progreso del pueblo español.

No basta llamarse republicano ni socialista ni pedir a gritos derruir todo lo existente. Hace falta en primer término demostrar con la propia aportación individual el sacrificio personal que se está dispuesto a realizar para conseguir que la ley articulada por el voto dirimente de todos los españoles sea la suprema razón de nuestra vida civil. Y en esa iniciación de sacrificio personal se prologa el proceso que describimos antes y que es el fundamento racional de nuestro artículo.

La juventud española —dejamos sin mencionar con todos los respetos que nos merece la que en las universidades españolas lucha por adquirir una identificación absoluta con la ciencia moderna libre en absoluto de toda tutela clerical y de toda presión absolutista— la que en el campo y en el taller produce incesantemente las riquezas que integran ¿aún? el patrimonio personal de los poderosos, vive en su mayor parte desatendida del problema básico de su existencia.

Lanzada a la vida del trabajo cuando ya en España vivía las horas vergonzantes de los años 20 y 23, en que el triunfo de toda razón estaba fiada a las Star, desconoce en absoluto el caudal de energías que fue preciso emplear para arrancar de la clase patronal un poco más de respeto y unas horas menos de explotación en el trabajo. Y en ese desconocimiento de la Historia de su propia vida se fundamenta su indiferencia suicida de todo cuanto sea esfuerzo, sacrificio personal en beneficio de la colectividad.

Pero frente a ese criterio abstencionista, cuya base es la incultura del propio hombre que la sustenta, se presenta otra minoría que examinando el problema solo superficialmente cree en las posibilidades de fiar a la acción violenta de las masas la resolución de su quimera ideal. Y tan perjudiciales son para la causa de la libertad el abstencionismo de lo más como la acción revolucionaria por norma. Una y otra manifestación de criterio son de tal fuerza negativa que no admiten el examen más superficial.

Por eso señalamos el momento político íntimamente ligado con la educación de la juventud.

No vale hablar de revolución, en todo momento hay que demostrar cómo puede hacerse esa revolución —por cuyo triunfo expondremos gozosos la vida— en la que lo de menos —aún siendo mucho— es el hecho material fiado a las fuerzas de choque.

Lo fundamental, lo que ha de afianzar el régimen republicano, es la cantidad de asimilación que el pueblo tenga con los ideales de justicia que informen. Y ahí de la preparación cultural del pueblo para comprender hasta dónde podrá un Gobierno democrático transigir y conceder las prerrogativas inherentes de todo país civilizado.

Es un problema de cultura y de capacitación.

Para ello hace falta en el orden de nuestra vida sindical llegar a la absoluta identificación con la profesión en la cual desarrollamos nuestras actividades.

Cuanto mayor sea nuestra capacitación profesional, mayores serán los beneficios morales que se deriven porque denotan en los productores un mayor sentido de su personalidad. El ejemplo de nuestras predicaciones ha de plasmarse con demostraciones evidentes de nuestra propia fuerza para sustituir dignamente al patrono en la orientación científica de la producción.

En cuanto se relacione con nuestra actuación ciudadana como a tales hombres, toda separación de los problemas nacionales será un crimen de lesa patria. A mayor intervencionismo, mayores necesidades de estudio y bienestar, y mayores seguridades de que con nuestra conducta mermamos de continuo los privilegios de la clase dominante.

Frente al predominio de la fuerza no hay otro camino para vencerla que aquel que se desprende del propio convencimiento al adquirir con la razón del estudio la superioridad absoluta de nuestro ideal.

La juventud española tiene en las filas del partido socialista el puesto de vanguardia para luchar por el triunfo de la Democracia y de la Libertad.

Pascual Tomás Taengua
(1893-1972)