Colección Memoria de Hierro

Obligaciones indeclinables

El Trabajo, enero de 1939

Los hombres que asumen la función rectora de las organizaciones sindicales y de los partidos políticos están obligados por un imperativo indeclinable a su propia condición de dirigentes a no dejarse influenciar por manifestaciones más o menos apasionadas y parciales que a sus oídos puedan susurrar los eternos descontentos y aquellos otros que cual Sancho Panza moderno, cargaron sus alforjas las ambiciones inconfesables.

Los dirigentes sindicales o políticos tienen el deber de analizar serenamente la obra que ejecuten sus afines, y si pretenden juzgarla están obligados a analizarla con un alto sentido de justicia y de responsabilidad.

Si la crítica ha de ser dirigida contra la labor desarrollada por un compañero suyo de organización y de partido, entonces le está prohibido al dirigente usar de la tribuna y de la prensa, para zaherir a su propio camarada, velando con ello por el prestigio moral de su propia organización.

Salir a la tribuna o asomarse a las páginas de los periódicos para cantar en sentidas estrofas los beneficios incalculables que a la República y a España puede y debe rendirse una labor de perfecta unidad de acción entre todo los elementos antifascistas, para después, en la soledad de sus despachos, lanzar consignas a sus partidarios exhortándoles a realizar prácticamente todo lo contrario de lo que públicamente se dice defender, es una labor que redunda en perjuicio inmediato de la República y en desprestigio, posterior, de los propios hombres que usan procedimientos tan inconfesables para pretender alcanzar prestigio personal cimentándolo con el descrédito de sus afines en orden político y en orden sindical.

España y la República necesitan hoy, y necesitarán mañana, de la colaboración leal y desinteresada de cuantos hombres sean capaces de asimilarse los problemas que la guerra nos tiene planteados, procurando desarrollarlos en un tono que de su obra se desprenda sólo y exclusivamente beneficios para la colectividad.

Si alguien, empujado por su ceguera mental, estima conveniente herir con la calumnia el prestigio personal de hombres afines a sus ideas, que tenga por seguro que la misma piedra cargada de calumnia que dispara contra hombres buenos, en vez de hacer blanco en el cuerpo de la persona a quien se traga de injuriar, saltará en mil pedazos y hará blanco en el pensamiento y en el corazón de aquel que, incapaz de combatir a sus hermanos con ideas, emplea las armas de la vileza, de la calumnia y del desprestigio.

Todos los elementos antifascistas obligados a cumplir las decisiones del Gobierno, para que España recupere pronto su libertad y su derecho a dirigirse por sí misma en su política constructiva.

Unos cumplimos serena y conscientemente con este papel, sin alarde y sin gritos extemporáneos por las calles. Otros, en cambio, cuando finalizan las cabalgatas callejeras por ellos organizadas en las cuales se grita la adhesión al Gobierno, se lanzan contra las autoridades de la República, y algunas veces hasta las amenazan, porque las autoridades en cumplimiento de la ley no se prestan a sus turbios manejos de traficantes de la política.

Por España y por la República, por el prestigio colectivo de las ideas, deben meditar los que así proceden por si son capaces de una rectificación rápida y profunda si no quieren que sea la propia colectividad quien les obligue a rectificar sus constantes amenazas y sus gritos malditos de enanos de la venta.

Pascual Tomás Taengua
(1893-1972)