Colección Memoria de Hierro

Por la independencia de España

El Trabajo, septiembre de 1938

Queremos vencer y venceremos. Cuando a un pueblo como el nuestro, que ansía su independencia política para cimentar con esencia doctrinal su futuro económico y social, lucha con el indomable valor con que lo hace el pueblo español, no puede ser esclavo, y no lo será.

España es uno de los países del mundo que mayor desgaste de energías individuales y colectivas ha realizado para afianzar sólidamente su independencia civil y, con ella su derecho a ser gobernada respetando el sentir mayoritario de la voluntad nacional.

Todas las tentativas realizadas para cristalizar en hechos positivos esa ambición ideal, canalizando toda la potencia creadora del pueblo español por los senderos legales que garantiza la carta fundamental del Estado, fueron frustradas por las fuerzas coercitivas del capitalismo, dueño absoluto de los instrumentos de trabajo.

La historia de España es en todas sus páginas una relación continuada de intentos de superación civil realizados por el pueblo, en contra de los cuales se alzaron, crueles y agresivas, las clases dominantes.

La guerra es hoy, en todos sus aspectos una nueva agresión del capitalismo español contra la democracia civil, ampliada en sus límites de acción con la ayuda del fascismo internacional, que pretende desvirtuar la marcha progresiva del proletariado español en su camino de superación constante.

Nuestra guerra, la guerra que nos han impuesto los militares sublevados, en contubernio vergonzante con la iglesia y con la aristocracia, no es otra cosa más que la negativa de las clases sociales que dominaron un día al pueblo español a someterse a la voluntad soberana de ese pueblo, que desea con romántico fervor dejar de ser esclavo para unirse con aquellos otros pueblos que hicieron de la justicia un sacerdocio y de la libertad algo consustancial con la vida del hombre.

En estas horas, dramáticas por lo terriblemente sangrantes, el proletariado español no debe olvidar, y no olvidará, que lucha por salvar al país de toda dominación extranjera. Pero que lucha a su vez para que su derecho a interpretar política y socialmente el porvenir de España esté ya plenamente garantido, sin que puedan de nuevo violentar su conciencia las fuerzas dominantes del capitalismo.

Es verdad que esta defensa de la libertad no podrá conseguirse sino a cambio de extraordinarios sacrificios. Así es como en la historia de España se han conseguido todas las mejoras de orden civil que hemos heredados nosotros.

Si antaño no hubieran sacrificado sus vidas millares de compañeros nuestros, el carlismo se habría entronizado en España y las ideas de libertad no hubieran tenido posibilidad de ser divulgadas.

Si posteriormente hombres de espíritu progresivo, enamorados fervorosos de la justicia, fieles interpretes del «Quijote», no hubieran salido a la palestra a reñir cruentas batallas contra todos los follones y malandrines de la política nacional, el absolutismo personificado en Fernando VII, habría hecho de España un cementerio, en el cual los hombres se hubieran limitado a ser figuras de barro, sin contenido ideal y sin alma.

Al correr de los años, centenares de compañeros nuestros han muerto en las cárceles de España por defender el derecho de los obreros a estar organizados sindical y políticamente, librándolos así, en parte, de la explotación capitalista.

Si, últimamente, la sublevación popular de los años 30 y 34 no se hubiera realizado con el esfuerzo y sacrificio de hombres nuestros, España continuaría siendo una colonia, sin escuelas, sin industria, sin comercio, sin libertad y sin justicia.

Somos, pues un pueblo que heredó de sus antepasados una sociedad menos esclava que la que encontraron nuestro veteranos al iniciar su camino por la vida.

Sin el sacrificio, repetimos, de aquellos camaradas nuestros no nos sería posible a nosotros hablar en voz alta para decirnos en íntima comunidad espiritual cuáles son nuestros más preciados sentimientos.

La Historia nos ha colocado a nosotros ante el dilema de sacrificar voluntariamente nuestra libertad y hasta nuestra propia vida para acrecentar la herencia que nos legó o para destruirla, sin respeto alguno a la memoria de cuantos por la libertad se sacrificaron.

Tiene el pueblo español dos caminos a seguir: uno, el que le coloca en actitud de fidelidad perruna a los pies de los tiranos; otro, el que le obliga a ponerse en pie y a dar cuanto es y cuanto vale para salvar a España y a su clase social de toda posible tiranía.

Libre está, cada día, para optar por el sendero que mejor le cuadre. Ahora bien: no olvide que si implacables queremos ser con el fascismo, más implacables —si hace falta, hasta crueles— seremos mañana con aquellos que, sin dignidad personal y sin sentido histórico del deber, se apartan de nuestro lado para formar inconscientemente en la masa anónima, sin contenido y sin alma, de nuestros adversarios.

Pascual Tomás Taengua
(1893-1972)