Colección Memoria de Hierro

La violencia individual

El Trabajo, mayo de 1933

En ninguna ocasión la violencia ha sido otra cosa que la explosión fulminante y terrible de un estado pasional. La Historia está llena de ejemplos sangrientos, por ser los que con más detalle han quedado impresos, revelando a través de todas sus páginas que la violencia no ha modificado nada. Ha perturbado o perturbará un instante que en el valor del tiempo es insignificante, pues la fuerza moral y la razón de las acciones que mueven al mundo no se modifican por un mero acto de violencia.

La conciencia del deber y del saber, que es el dinamismo del progreso, no puede encontrar en la violencia un acelerador. Esta conciencia es tarda y lenta en formarse, nutriéndose con la investigación y creando fuentes de riqueza sostenidas por derechos y leyes que no pueden ser cortados y suprimidos súbitamente.

Los intereses materiales y morales se alzarán siempre para impedir que un pistoletazo, una bomba o un puñal que cortan la vida de una persona transformen costumbres y terminen o modifiquen derechos que tengan raigambres pretéritas, o cambien el concepto ancestral del poder y del mando.

Así, en la fratricida disputa de reinados en la que cada aspirante mataba a su antecesor para caer víctima del mismo procedimiento de sucesión, nada modificaba este estado de ambiciones que ofuscaba hasta el crimen. El cambio de personas no influía decisivamente en modificar el curso de la vida de barbarie de los pueblos. Todo atentado no siempre ha estado inspirado por un sentimiento de horizontes progresivos o de reparación de justicia. Cada fracción política que ha usado esta violencia no han sido liberadores de regímenes oprobiosos; los más tiránicos son los que en ella han fiado, más para sostenerse contra los que sus acciones podían poner en peligro, su predominio y sólo se ha convertido en una fatal satisfacción vengativa.

La historia de la tiranía no ha terminado nunca por un crimen. Un tirano no sería nada, como no lo será ningún régimen, si fuera de ese poder personal no hubiera un conjunto de sentimientos y de intereses que le sostengan; y a la muerte de cada tirano surgían otros que sostenían el sistema como base fundamental de la existencia y relación de los hombres, cualquiera que sea el concepto político de cada momento histórico.

Ravaillat, al matar a Enrique IV, no frustró el largo reinado de la dinastía borbónica que ha terminado su vida política en nuestro país. Carlota Corday, al matar a Marat, no detuvo el curso de la Revolución francesa. Todo inútil. La violencia individual es completamente estéril. Ahora que algunos la practican sistematizándola, recordamos que no sólo este método no transforma el mundo ni mejora la vida de los trabajadores, sino que los que en defensa de éstos dicen practicarla rebajan sus sentimientos y les enseñan a lograr las cosas no por el valor de la abnegación y de la constancia, avaladas por una metódica y fuerte preparación que les conduzca al éxito de la dominación del mundo, sino que enseñan, al aspirar a ese poder, por no saberlo mejorar, a destruirlo, en cuya acción inconsciente y ciega queda patente la maldad y crueldad que hará estéril toda obra generosa.

La garantía de este resultado está en el dominio de la técnica y de la ciencia hasta el concepto elevado del deber y del sacrificio, para lograr la adaptación a estas viejas civilizaciones, que han sobrevivido a través de los siglos, de la lozanía de una nueva civilización fecunda y pródiga en beneficios, que solamente pueda sostenerse por la elevación del pensamiento, educando nuestros sentidos en el mágico y humano provecho de la sabiduría, que estimule la conciencia para que el mundo progrese en medio de ventajas a las que el afán infinito de nuestras ilusiones debe conducirnos, extendiéndolas por todos los ámbitos de la tierra.

Edmundo Domínguez Aragonés
(1889-1976)