Desorientación
Hasta ahora, los sucesivos gobiernos que han tratado esta cuestión no han fijado una orientación, articulada y metódica, que acredite el estudio de este problema en su profundidad.
Cuando han ofrecido fórmulas se han basado en cosas pasajeras inconcretas, siempre para salir del paso, o tan confusas que de antemano era preceptible su fracaso.
Desde el advenimiento de los gobiernos radicales se han ofrecido muchas fórmulas. La del Sr. Ríu sobre la utilización de 1.000 millones para edificios públicos de una deuda amortizable en cuatro años, que obligadamente había que utilizar y en colaboración con las cajas de ahorro.
El de Gil Robles, otros 1.000 millones, un saldo de propuestas fantásticas e irrealizables, hechas con el mismo fin que cuando las demás de noviembre y para deslumbrar incautos.
Todos estos proyectos y otros más que han salido a la publicidad, sólo a la publicidad, han ido reduciéndose, unos a otros se han ido desplazando, y a los que ahora nos presentan sucederán otros, y se acumularán proyectos y más proyectos, mientras el tiempo transcurre, las obras públicas se paran por falta de consignación y las proyectadas no se llevarán a cabo.
Hay proyectos de obras públicas, proyectos del Ministerio de Trabajo, proyectos de la Comisión Nacional Contra el Paro, y habrá más; cada organismo es un proyectista; existen tantos proyectos, que cada obrero parado puede adquirir uno distinto. De todo ello sólo se han beneficiado las fábricas de papel y las de tinta, porque hay que ver lo que se ha escrito.
Desconocemos que de todos esos proyectos se haya hecho nada más que el reparto de los 50 millones que en 1934 se votan con carácter extraordinario para este fin.
No es mucho para 800.000 parados . Así sucede que esa cantidad, repartida en toda España y con arreglo a la influencia de los ministros de Trabajo, es una de tantas acciones desproporcionadas que acreditan su insignificancia para resolver el problema, que ni aún siquiera ha servido para evitar que las obras de los Nuevos Ministerios que se construyen en la Castellana se parasen.
Nada habrá que dé una idea más desordenada que como se ha tratado aquí este problema.
Falta un elemental criterio de orientación que señale y aborde los dos únicos puntos de partida de este problema.
Uno, solución de urgencia e inmediato. Otro, de permanencia, de continuidad hasta donde es posible en una nación que, como la nuestra, tanto hay que hacer.
En el primer caso se precisan fórmulas como las de don Lorenzo Pardo, construcción de edificios públicos, carreteras y todos los de aquellas obras que el Estado puede poner en ejecución tan inmediata como sea su interés.
La mecánica política de España es la mayor enemiga para salvar seriamente cualquier problema. Una enmarañada burocracia anquilosada y perezosa hace imposible toda solución de rapidez.
La idea de la honradez de los políticos burgueses la representan toda esa burocracia creada, más que para otra cosa, por necesidad de encontrar garantías de una administración fiscalizada y controlada.
La mayor parte de las veces, esa garantía y seriedad se quebranta por la influencia política y por el favor y hasta por el soborno.
Desmoralizado el funcionario, pierde entusiasmo por su trabajo, resultando el verdadero escollo donde se estrellan los buenos propósitos que algunas veces sienten o han sentido algunos ministros o algunos hombres de gobierno.
Por tanto, pensar que sin modificar el sistema se va a adelantar que un ministerio o varios resuelvan la crisis de trabajo es querer desconocer estas realidades, que en su práctica son verdaderos Himalayas inaccesibles que nadie puede traspasar.
Para hacer esta obra rápidamente hay que prestigiar un organismo parecido al que ha creado Indalecio Prieto, el cual puede llegar a ser en España el órgano técnico indispensable para que esto se lleve a efecto.
Ministros de Obras Públicas que han sucedido a Prieto han respetado este gabinete técnico; pero no le han utilizado ni dotado de cuanto necesita, ni le han reforzado con aquellos otros elementos que aún falta que le compongan para ser completo.
Si este organismo se reforma y se le independiza por encima del capricho o del citerio de un ministro, puede hacer mucho; pero mientras no sea así, no se hará nada. Este gabinete puede confeccionar un plan general en España de obras públicas primero, y después la obra profunda que remueva toda la obra que se tiene que llevar a cabo en las ciudades, en los campos, en los medios de comunicación y en las obras hidráulicas.
Un plan que una vez aprobado cuente con los medios económicos de carácter extraordinario que se precise para realizarlo.
Para esto no vale un ministro, que sólo puede ser orientador; pero su articulación corresponderá al organismo y a él sólo la facultad legal de practicarlo.
Después, en el segundo caso, es que siendo el Estado capitalista incapaz por sí mismo de realizar la continuidad de este esfuerzo, precisa organizar y orientar su política en forma que la industria privada se desarrolle con plenitud, reanudándose su actividad.
Hoy no podemos aspirar a que esto se haga porque falta el organismo prestigiado que inspire toda clase de confianza para llevar a cabo esta labor y que había de estar compuesto en manera parecida o igual al Gabinete de Accesos y Extrarradios, completándole con aquellos elementos industriales que puedan aportar a su labor y a su eficacia un asesoramiento indispensable.
Mas contra esta orientación que Indalecio Prieto inicia y que ha sido respetada por sucesivos ministros de Obras Públicas, al actual titular de esta cartera le cabe la mezquina honra de terminar con este organismo.