Un socialista sincero que siga fiel a los fundamentos doctrinales del marxismo, no puede despreciar el valor de los hechos. Seguir manteniendo el error o perderse en el laberinto de quiméricas suposiciones favorables y gratas por el prurito de no confesar nuestro fracaso y nuestra responsabilidad, en la que estamos implicados, los socialistas, es continuar acrecentándola.
Ya es bastante cincuenta años de experiencias para esperar a que otra nueva prueba nos obligue a reconocer nuestros errores y la falsa interpretación que hemos dado a la lucha de clases.
Los hechos, más fuertes que el arte retórico nos lo muestran. Veamos cómo.
Existe un marcado paralelismo entre el desarrollo revolucionario del año 1914 y el iniciado el año 39. Las leyes de la revolución son inmodificables. Lenin y los revolucionarios rusos en la primera de las fechas mencionadas no se desorientan con el carácter que se dio a aquella guerra. Guerra por la libertad y la democracia, contra la Alemania reaccionaria y nacionalista. Fue bien cándido creer en tal significación. La participación de Rusia al lado de los aliados destruía este supuesto: la Rusia de los zares atrasada y esclavizada luchando, nada menos, que por la democracia. Necesitaba la propaganda de guerra de los países aliados manejar esta bandera para conseguir una ayuda moral. En el año 17 los bolcheviques rusos aprovechan estas contradicciones y rivalidades del régimen capitalista para implantar la dictadura del proletariado, misión indeclinable de todo sincero y auténtico revolucionario. Y a la par que la revolución rusa se produce como una consecuencia histórica la guerra del año 14, la socialdemocracia sucumbe por su falta de contenido revolucionario.
Los socialistas alemanes votan los créditos de guerra. Rosa Luxemburgo y Carlo Liebnekht son asesinados. Su conciencia revolucionaria denunció la traición de los socialistas.
Después de la guerra se forma la soldadura de los partidos socialistas sobre la base de una promesa de rectificación en la que tantos hemos creído, engañados por una aparente radicalización y esperanzados por ilusorias ventajas democráticas, que no se han cumplido y que sirvieron, sin embargo, para adormecer el espíritu revolucionario de las masas trabajadoras.
Se ha ayudado a mantener esta ficción inventando mentiras para destruir el crédito del país del socialismo. Sus orientaciones se han juzgado como imposiciones de la III Internacional con fines interesados para la URSS encendiendo en los demás países un nacionalismo burgués, que constituye un dique a la expansión de las ideas comunistas.
La falta de método y de organización en Italia malogró las acciones revolucionarias de aquel proletariado y el fracaso de esta acción fue cotizado por los falsos socialistas para amedrentar a los trabajadores y para desorientarles, y siguiendo una política de transigencias, de peldaño en peldaño han ido descendiendo hasta forjar el clima antagónico hacia la URSS que tanto favorece a la burguesía internacional que desea aislarla para poder lanzarse sobre ella.
Hoy, como en el año 14, luchan entre sí los países imperialistas.
Alemania no tiene colonias que explotar y además sufre el peso del Tratado de Versalles, lanzándose a la guerra con afanes expansionistas y para vengar los agravios de su derrota. No reivindica ninguna causa justa, cierto; pretende solamente sojuzgar a los demás pueblos para convertirse en la primera potencia del mundo. Inglaterra y Francia entran en la guerra por defender su hegemonía comercial y colonial amenazadas, no por la libertad, ni por la democracia.
Otra vez la Internacional Socialista fracasa, no porque el socialismo fracase, distinción necesaria para prevenirnos contra los efectos de la mala dirección oficial que le ha desnaturalizado, y en su intento de salvación otra vez se aferra al error o a la traición del año catorce, presentándonos esta guerra como la pasada; como una cruzada en defensa de la libertad y de la democracia.
No todos los partidos socialistas mantienen esta posición: los belgas se plegan a la situación imperante y defienden el social nacionalismo alemán; los socialistas franceses el de Laval y Petain. No hay unanimidad en las Secciones de la Internacional, que ahora descubren algo más que un error de táctica y de doctrina; descubren su traición a los postulados revolucionarios, a lo que está de cara a la emancipación de los trabajadores y contra todos los imperialismos. Unos partidos socialistas del lado de Hitler; otros al lado de Inglaterra, ninguno por la consigna revolucionaria que ha movido el sentimiento de clase, en el que se han inspirado para dirigir a la clase trabajadora.
Puede ser más acentuada nuestra repulsa hacia Alemania e Italia que hacia Inglaterra, aunque sus fines sean los mismos, por sus métodos. Mas esto no nos obliga a tomar partido por ellas. Igual que combatimos al fascismo no queremos sentirnos beligerantes por los beneficios que nos puedan ofrecer las democracias arcaicas y capitalistas. Otra Oficina Internacional del Trabajo, otra Sociedad de Naciones, organismos apagafuegos en los que solo estuvieron representados los intereses capitalistas y mantuvieron un burocratismo que halagó y entretuvo a los capitostes socialdemócratas.
Cuando terminó la guerra del 14, la ilusión mantenida en los beneficios de la democracia y de la libertad que prometieron, quedó desvanecida ante el egoísmo de las naciones triunfantes que despreciaron los problemas y necesidades de la clase obrera y sólo quedó el ejemplo magnífico de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Mientras los partidos socialistas se mostraron enemigos de la unidad del proletariado, lucharon contra los partidos comunistas nacientes y se disputaban las ventajas materiales que les ofrecieron unos organismos cuyos designios no han sido otros que el de frenar los impulsos revolucionarios del proletariado.
Todo el trabajo de la II Internacional descansó en crear confianza hacia esos centros internacionales que han favorecido y posibilitado al fascismo, dejándole que impunemente destruya los partidos de clase en los países donde se establecía.
Los bolcheviques rusos en el año 17 no temieron la estúpida opinión mundial forjada por socialistas renegados y traidores que unieron sus voces a las de todos los burgueses y capitalistas ¡Traidores! gritaron cuando el pacto de Bres-Lictovs ¡Traidores! gritan ahora a los que no creemos en la Inglaterra democrática.
Se nos fuerza a que nos pronunciemos por Inglaterra o por Alemania e Italia con el vano intento de hacernos aparecer amigos o enemigos de la democracia o del fascismo brutal. Las perspectivas son éstas. Si vence Alemania, dictadura; si vence Inglaterra, también dictadura como la ejerce hoy Francia. Es estúpido pensar que la Inglaterra capitalista al terminar la guerra va a permitir que se establezca el tinglado político-social de antes; es trágico, pero es así, por mucho que sueñen y con exclamaciones platónicas pidan el triunfo de la democracia, quienes aún no han perdido su fe en ella. Inglaterra la ha practicado mientras se ha creído fuerte, pero al terminar la guerra actual sus problemas coloniales, sus necesidades agudizadas por el desgaste que hoy sufre, impondrá una política dura y terrible.
Pero esta alternativa es de una visión corta y cerril. Es no querer ver más soluciones por no tener confianza en las posibilidades de los pueblos, de las masas trabajadoras que serán quienes ganen esta guerra, no para mantener la vieja democracia, sino para implantar el socialismo.
Por ser difícil esta hora, como lo fue la del 14 al 18, la salida es única también: revolucionaria, como la practicaron los bolcheviques rusos en aquella fecha. El coro de defensores de la falsa democracia se forma por los capitalistas de todos los países en donde aún confían en esta solución para prolongar su existencia y por los que nunca pensaron hacer la revolución. Esta reiteración en los procedimientos de ficción democrática es la que ha incubado la guerra.
Hoy como ayer, por la paz de los pueblos y por su liberación, y con el país del socialismo, única esperanza en esta hora sangrienta del régimen capitalista en la que presenciamos su lucha desesperada por mantenerse y al que no podemos ayudar para que de nuevo se salve.