Colección Memoria de Hierro

El paro obrero en Madrid (III)*

Ficciones
La Libertad, 22 de junio de 1935

El proyecto del paro obrero que ahora se discute no es sólo ineficaz e insuficiente, sino que, además, es un artificio con el que se trata de aparentar dar trabajo a los obreros en obras de carácter público. Más esta pretensión es falsa. Bastará para comprobarlo que del presupuesto de Obras Públicas se rebaja una cantidad superior a la que para realizar el plan del proyecto del paro obrero se consigna.

El año próximo no habrá más obras porque la política del Gobierno no es incrementar y dotar de los medios económicos al ministerio de Obras Públicas para que pueda hacer una labor copiosa de las que distinguen este departamento.

La insinceridad del proyecto del paro obrero está descubierto por este hecho, tan fácilmente comprobable como es comparar el presupuesto de Obras Públicas de otros años y aún los créditos extraordinarios que este ministerio ha pedido y el volumen a que alcanza el presupuesto que ahora se discute para este departamento.

Lo que pretenden las derechas con sus rimbombantes proyectos y lo que pretenden en el salón de sesiones con la discusión del proyecto es que esto les sirva para levantar un estado de opinión en sus propagandas, para aparentar ser exponentes del máximo interés por las clases humildes.

Ni este proyecto ni ningún otro puede tener pretensiones de paliar la crisis de trabajo si no tiene como antecedente una buena base económica, y más que la que proporcione el Estado, la de alcanzar a que se movilicen los millones de cuentas corrientes que están en los bancos inactivos.

Para lo primero se precisa una desembarazada situación económica del país, o habría que buscar recursos extraordinarios en gran cuantía, que habrían de resentir el crédito del Estado, pues todas las fórmulas de carácter económico en el régimen capitalista son de marcha intrascendente, de la que no es posible salir con las fórmulas clásicas de los empréstitos, sino que para llegar a obtener los medios económicos indispensables para realizar una labor portentosa y fecunda a la par, se tendría que buscar los recursos pro procedimientos que los capitalistas habían de hacer la mayor oposición para entregarlos, pues siempre que el Estado recibe dinero es a cuenta de abono de crecidos intereses que cada vez aumentan más las cargas del Estado y producen los

constantes déficits presupuestarios, sin que por ello aumenten los servicios de la máquina administrativa ni mejoren los que el ciudadano tiene que recibir a cambio de sus contribuciones.

Por eso los recursos económicos se tienen que encontrar con fórmulas audaces, que en casos de necesidad y en guerra las naciones prescindan de todas las fórmulas legales y se proceda a encontrar estos recursos indispensables para la lucha por los procedimientos más arbitrarios y a veces más violentos.

Mientras todo quede a un plan de tanteo, a cantidades irrisorias en relación con el número de obreros parados, seguirán siendo ficciones todos estos propósitos.

De otra parte, para que la banca privada y los capitales inmovilizados salga de sus escondrijos, se precisa que el Estado inicie una política que, sin ser dispendiosa para atraer estos capitales y ponerlos en circulación, debe realizar obras por sí mismo que obliguen después a la industria privada a tener que intervenir, y cuando esto no suceda, proceder a su incautación temporal, ya que en este régimen no podríamos pensar que fuera definitiva, único remedio que le queda al Gobierno para que ni le falte dinero y obligue a los que lo tienen a emplearlo.

Después de lo que se ha hecho con la Reforma Agraria no pueden las derechas patrocinadoras de este proyecto contra el paro mantener seriamente que quieren resolver este problema. El campo, base de nuestra economía, ha de sentirse cada vez empobrecido, porque aunque haya grandes beneficios, estos siguen siendo muy mínimamente repartidos, y mientras desproporcionalmente hay beneficios cuantiosos para los que explotan a los que labran la tierra, estos que son los más numerosos y los que podrían mejorar el consumo de la nación y, por tanto, la industria y el comercio, se les quitará todo su poder adquisitivo con los contratos leoninos de los aparceros y arrendadores de tierras, con los jornales de hambre de los obreros que la trabajan. Además, ninguno de estos sacrificios sirve para abaratar los productos, que en las poblaciones se encarecen por una desorganización de abastecimientos, por autorizaciones abusivas de los acaparadores, y como reflejo de esta miseria de los agricultores, en las ciudades los obreros industriales estarán en paro forzoso porque alcanza a las industrias en que ellos trabajan este encarecimiento y esta falta de consumo.

Mal se concilia este pretendido afán de las derechas de remediar la crisis de trabajo con su política de negociación de todos los derechos a los trabajadores. Es una política muy desacreditadas, cuyo error ha sido rectificado en muchas partes del mundo, que ha practicado la ilusión de nuestras derechas de reducir los jornales y aumentar la jornada de trabajo.

Su incapacidad y cerrilidad no dan más de sí, y cuando han hablado de ser renovadores y de querer aplicar fórmulas netamente nuevas, lo que hacen es aplicar las más desacreditadas que tradicionalmente se practicaron. Unos cuantos millones, muy pocos, repartidos de manera caprichosa que atienda más que a necesidades de la nación o a remediar lo que se pretende, a que sirva para captar partidarios o para dar satisfacción a los que se tienen.

Su desmoche de los jurados mixtos, su anulación de las bases de trabajo hará que en breve plazo la ya muy reducida capacidad de la clase trabajadora lo estará mucho más, y siendo el mercado interior de cada nación la base de su economía, a medida que se acentúe este mal que traerá consigo la pérdida de las condiciones de trabajo y una situación política que ahogue e impida a las clases trabajadoras reconquistarlas, hará que la miseria se enseñoree de España y volvamos nuevamente a los días más agudos del año del hambre y que ya en muchos pueblos, sin que sean tópicos manidos, sino realidades comprobables en este instante, la mayoría de las gentes no comen y vuelven a verse los casos en que en muchos pueblos los trabajadores se alimentan con hierba.

Mejor que este aparente proyecto para atenuar la crisis de trabajo es hacer una política, aun en contra de la rebajada mentalidad de la clase patronal, para que el poder adquisitivo de los trabajadores sea mucho mayor.

Como ejemplo que garantiza este hecho bastará solamente retroceder al instante en que los trabajadores ganaban jornales mucho más pequeños que ahora.

Hace cuarenta años los obreros industriales y los obreros del campo vivían en condiciones muy inferiores a las actuales, y pese a los detractores de los jornales altos y de las mejores condiciones de trabajo, gracias a éstas, fuera de sus aspecto de justicia, ha tenido el beneficio de impulsar el comercio infinitivamente superior estos años, mejorar las industrias, y como hechos sintomáticos que acreditan todo el valor de este sistema, es que en España, en estos años, era un país de emigración que no solamente se producía por un afán aventurero y de ilusión de hacerse ricos, sino para poder vivir, para comer. Pueblos en masa han emigrado, y España, empobrecida, miserable, ha vivido así muchos años, hasta que la capacidad de los trabajadores y sus ideas de redención han hecho que mejore su vida, y esta aspiración ha llevado consigo también la mejora de todas las clases sociales, y a cambio de estarles agradecidos no reciben más que persecuciones e injusticias.

Nada será eficaz mientras el poder de los bancos pueda hacer lo que ahora han hecho con el empréstito de la Ciudad Universitaria.

El Estado concede el derecho a la Junta de la Ciudad Universitaria de emitir un empréstito de 100 millones de pesetas con un interés del 4 por 100.

A los bancos les parece bajo este interés y no le cubren. Con ello obligan a que la Ciudad Universitaria tenga que pedir préstamos a estos mismos bancos, que, naturalmente, se los darán con un interés mayor que el aprobado para el empréstito, y, además, que como los contratistas no recibirán el dinero en las proporciones que necesiten, también tendrán que recurrir a los bancos, que seguirán prestándoles dinero a un crecido interés.

Mientras esto suceda, los intentos de carácter económico que se pretendan aplicar a este problema nunca serán muy eficaces.

Solamente se puede llegar a un plan de reconstrucción de alguna envergadura si se emite un empréstito de carácter extraordinario, previos los planes que un cuerpo técnico estudiase y aprobara el Parlamento para poderlo realizar en un plazo determinado de cuatro o cinco años.

Mientras eso no se haga, ni el poder industrial de España alcanzará a mayor auge ni la industrialización de la agricultura, base para poder reabsorber a los campesinos parados, podrá llevarse a cabo.

Lo demás, fórmulas gastadas y falsa. Nada. Nada. Ahí queda ese vaticinio.

Edmundo Domínguez Aragonés
(1889-1976)