En la sesión extraordinaria celebrada por el Ayuntamiento madrileño la mañana del día 15 de abril de 1931, quedó constituida la nueva Corporación Municipal, a pesar de que en la urgente sesión de la noche anterior ya se había elegido como alcalde, por unanimidad de los electos ediles, al joven abogado madrileño y activo militante republicano, Pedro Rico. En la sesión constitutiva, el concejal socialista Manuel Muiño Arroyo fue también elegido delegado de Vías y Obras, comenzando a darse a conocer a los pocos días por su actitud responsable, no muy conforme con los usos de la época.
Un primer ejemplo de ello se pudo apreciar cuando se pavimentó la plaza de la Cibeles, habiendo firmado el contratista un pliego de condiciones que incumplió. Una vez terminadas las obras, y llegado el momento de firmar Muiño la certificación correspondiente, detectó que solo tenía un firme de 30 cm, cuando el pliego aceptado por el contratista estipulaba 38 cm. El concejal lo devolvió, negándose a dar su visto bueno, lo que provocó un escándalo de primer orden en todo Madrid. Mientras no quedase firmada la certificación del concejal, el constructor no podría proceder al cobro de la obra. Muiño recibió fuertes presiones, amenazas y hasta se aseguró que trataran de sobornarle. No obstante, firme en su puesto de concejal responsable, no cedió en su reparo. Y la plaza de Cibeles tuvo que ser levantada de nuevo para cumplir el contratista lo firmado. Pero pronto se repetiría la situación. En la urbanización de la Casa de Campo surgió nuevamente «la mordida». Muiño la rechazó nuevamente, negándose a firmar el pago, con el consiguiente escándalo, aireado por toda la prensa: «Estos socialistas nos llevan a la ruina», aseguraban los contratistas. Pero Muiño se mostró firme e hizo cumplir siempre lo contratado.
Por la generalizada crisis económica y el consiguiente problema del paro obrero que sufría Madrid en los años previos a la República, se había dictado una apresurada disposición que permitía que el Ayuntamiento distribuyese trabajo improvisado, sin ordenación alguna ni siquiera suficientes recursos. Afortunadamente, la llegada de Muiño a la concejalía de Vías y Obras, posibilitó que quedasen organizados enseguida aquellos compañeros afectados por la prolongada falta de trabajo, buscando una solución que propiciase conjuntamente la mejora urbanística de la capital y la disminución del paro. Dedicó a los desempleados a tareas tales como la pavimentación de numerosas calles y plazas, el ensanchamiento de diversos puentes, el derribo de las viejas caballerizas del Palacio de Oriente, la urbanización del Ensanche, importantes mejoras en el alumbrado eléctrico, así como en el transporte y la limpieza urbanos, obras todas efectuadas en muy pocos meses. Pero su mayor orgullo fue la apertura y puesta en servicio de la Casa de Campo, que había sido hasta entonces patrimonio real, y que el gobierno de la República entregó al pueblo de Madrid. El plan constituyó todo un conjunto de actividades tan ordenadas y prácticas, que era difícil creer que un obrero pudiera ser tan excelente coordinador y director de trabajos de tal envergadura técnica. Todas las mañanas visitaba alguna de aquellas numerosas obras que se estaban llevando a cabo, siendo siempre acompañado, como informador, para dar cuenta puntual de lo que se hacía, por un jovencísimo redactor de El Socialista: Santiago Carrillo.
La delegación de Vías y Obras del Ayuntamiento de Madrid comprendía entonces todo lo referente a edificios municipales, alumbrado, pavimentación, urbanización y ensanches, limpiezas, parques y jardines, transportes urbanos, casas baratas, servicios de aguas potables y alcantarillado, y algunas otras responsabilidades menores. A pesar de tan numerosas competencias, Muiño, compatibilizó esta importante delegación con la atención al escaño de diputado por Badajoz en las Cortes Constituyentes republicanas, para el que sería también elegido dos meses más tarde, hasta que, en plena guerra civil, se le designó jefe del Servicio de Transportes de la Subsecretaría de Armamento. El minucioso relato de esta eficaz y prolongada acción municipal se recoge en el curioso informe del propio Manuel Muiño, acerca de «lo que han hecho los socialistas para mejorar los servicios y la situación de obreros y empleados». Se titula Memoria sobre la labor realizada por el primer Ayuntamiento de la Segunda República Española.
El último director de El Liberal, don Manuel Rosón, que en los años treinta era funcionario de la Hemeroteca Municipal, evocaba en un artículo, escrito al morir Muiño, en abril de 1977, un detalle excelente de su acción edilicia:
«Cuando, como delegado de Vías y Obras del Ayuntamiento, allá en 1932, resolvió uno de los problemas más angustiosamente acuciantes de la existencia cotidiana de la villa del oso y el madroño en aquella época: el del llamado Puente de las Ventas, casi enfrente a la Plaza de Toros actual, que enlazaba la calle de Alcalá y la antigua carretera de Aragón(…), punto clave de la subida al Cementerio del Este…, y que, por su angostura, constituía una aberrante obsesión para todos. No había forma de resolverlo —continuaba recordando Manuel Rosón—, hasta que una buena mañana se presentó Muiño al frente de una brigada municipal. Todo quedó arreglado para siempre con la desaparición de los impedimentos que constituían aquel cuello de botella(…) Pasaron, pues, a mejor vida los bailes chulapones —“La Gloriosa”, entre ellos— de la margen derecha del arroyo del Abroñigal, así como unos improvisados talleres de urgencia del Metro y los tenderetes que habían convertido el lugar en zoco moruno».
Por lo cual se advierte que Muiño no andaba con demasiadas contemplaciones cuando tropezaba con obstáculos para la circulación y el urbanismo, en la villa de las siete estrellas. «Fue uno de los mejores concejales, con su maestro, don Andrés Saborit, y su también compañero de escaño municipal y tocayo, don Manuel Cordero. En lo espiritual, don Julián Besteiro era su oráculo», terminaba glosando el antiguo funcionario de la Hemeroteca Municipal.
Misión en cierto modo complementaria de la que llevaba a cabo en el Ayuntamiento madrileño, fue la que le encomendó Indalecio Prieto, entonces ministro de Hacienda, al designarle consejero delegado del Gobierno, con derecho de veto, en el Banco Hipotecario de España, magnífica creación de la Primera República. Prieto le encomendó que estimulara la inversión en obras de interés social y público; por ejemplo, centros deportivos y culturales, e incluso locales de espectáculos. Hasta ese momento el Banco Hipotecario se limitaba a promover la construcción de viviendas, destinando a ello el 70 por ciento de sus préstamos. Negaba sistemáticamente la concesión de créditos para proyectos de mayor utilización colectiva. Muiño, cumpliendo las instrucciones de «don Inda», permitió la expansión del crédito bancario, gracias a lo cual pudieron ser construidos el estadio del Oviedo CF, así como los monumentales edificios madrileños Carrión «Capitol» y «Avenida», que albergaron modernas salas cinematográficas. Al cesar Indalecio Prieto en el Ministerio de Hacienda para pasar al de Obras Públicas, el nuevo ministro, don Jaime Carner, ilustre abogado y financiero catalán, rogó a Muiño que continuara en su puesto de consejero del Banco Hipotecario, cargo en el que siguió hasta el fallecimiento del ministro.
En 1932 fue también elegido vocal de la Comisión Ejecutiva de la UGT, que presidía Julián Besteiro, continuando con sus cargos en la organización obrera y la concejalía hasta la sublevación militar. La labor municipal había sido interrumpida durante el periodo de suspensión de la corporación republicano-socialista, tras la huelga general revolucionaria de octubre de 1934. Saborit y Muiño, durante el citado bienio negro
(octubre 34-febrero 36) que siguió a aquel en que habían ejercido la actividad municipal, editaron y dirigieron la revista Tiempos Nuevos, de singular interés urbanístico, que daba cuenta, con profusión de planos y fotografías, de las novedades que los concejales socialistas contribuyeron a introducir en la estructura urbana de Madrid y sus servicios vitales. Mas, en los pocos meses que siguieron al periodo de suspensión, entre las elecciones de febrero de 1936 y el comienzo de la guerra, redobló Muiño su actuación edilicia, tratando de recuperar el tiempo perdido durante el bienio negro. El Liberal de Madrid, le había acogido con entusiasmo, el 21 de febrero de 1936, al informar acerca del retorno al Ayuntamiento de la corporación elegida el 12 de abril de 1931. Al pie de una fotografía de Manuel Muiño aparecían las siguientes palabras: «Ya está aquí otra vez el Sr. Muiño, el activísimo e insustituible concejal de Vías y Obras. Con Muiño vuelve la actividad y el interés por el adecentamiento de las calles. Es, sin duda, el más popular de nuestros munícipes. El pueblo de Madrid podrá pasear libremente por la Casa de Campo».
Este prologuista, concejal portavoz del Grupo Municipal Socialista, se siente así doblemente orgulloso, no solo como heredero directo de compañeros de la ejemplaridad de Manuel Muiño, sino del general reconocimiento del pueblo madrileño a su trayectoria.
Jaime José Lissavetzky Díez
Portavoz del Grupo Municipal Socialista en el Ayuntamiento de Madrid