Colección Memoria de Hierro

El albañil que llegó a ministro

Uría Fernández

Hasta hoy no existía ningún estudio dedicado a la figura de Anastasio de Gracia Villarrubia. Las escasas referencias nominales al personaje aparecen, sobre todo, en la bibliografía del periodo de la Guerra Civil, referenciando su participación en los gobiernos de Largo Caballero. Y se acabó. Ni un dato más.

Llama la atención semejante olvido. Resulta extraño que, desde su muerte hace treinta años, no se le haya dedicado ni un opúsculo por parte de investigadores e historiadores. Y que tampoco haya suscitado la curiosidad de las organizaciones que lideró. Sobre todo, teniendo en cuenta que ocupó la primera fila en momentos críticos para la historia de la Unión General de Trabajadores.

El carácter modesto y austero del personaje, alejado de las camarillas oficiales, su muerte en el exilio mexicano, la desaparición de su archivo personal y la desmemoria general española tras la muerte de Franco, pueden ser algunas de las causas que expliquen la amnesia selectiva en torno a Anastasio de Gracia.

Lo que el lector encontrará en las páginas siguientes es un retrato de pincelada gruesa, de amplio trazo, esbozado a partir de los datos hallados en casi medio centenar de archivos públicos y privados. Una fotografía de Anastasio de Gracia que le permitirá apreciar sus marcados rasgos pero sin, todavía, un enfoque nítido.

Un joven socialista moracho, camino de Madrid

Cuando Anastasio de Gracia se jubiló, consagró los sábados a su familia. Todas las semanas practicaba la misma rutina. A las ocho de la mañana salía de su domicilio mexicano de Ixtacihuatl y paseaba hasta el hogar de su hija Isabel, unas calles más allá. Luego iba a visitar a su hijo Enrique, a un par de manzanas. Después, a las nueve o nueve y media, tomaba la camioneta de línea hasta Las Lomas de Chapultepec. Y, en aquel lugar, buscaba un rincón bajo la sombra de un árbol, abría un libro y esperaba hasta la llegada del mediodía.

La lectura y la música clásica eran sus grandes pasiones, a tenor de lo que cuentan aquellos que le conocieron. De carácter serio —«seco»,1 matiza su nuera Elidé Cervera Pérez— e introvertido —según Santiago Carrillo Solares—, no se prodigaba mucho en los actos sociales. Este último relata cómo era notable la ausencia de Anastasio de Gracia en el café de la Casa del Pueblo de Madrid, donde era habitual que coincidieran los líderes del partido y del sindicato en agradable charla.

Santiago Carrillo era miembro del Comité de las Juventudes Socialistas de Madrid cuando conoció a De Gracia. Si bien coincidió con él en multitud de ocasiones y actos, afirma que «jamás» cruzaron una palabra. La austeridad en su forma de vestir, aún siendo ya un alto cargo sindical, y cierta «tacañería» en lo económico, son dos rasgos más con los que el viejo líder comunista le caracteriza. En este sentido, recuerda con cierta sorna, cómo se comentaba entre los compañeros de partido que Anastasio de Gracia iba andando a todos sitios para «ahorrarse los diez céntimos que costaba el tranvía».2

La excesiva preocupación por el ahorro fue algo que heredó de su padre, Juan de Gracia, un jornalero que, con mucho esfuerzo y trabajo, logró comprar una viña en su localidad natal, Mora. Para juntar los dineros que le permitieron ser un pequeño propietario, se convirtió en arriero, trajinó como botero y comerció por toda la provincia de Toledo. Con 50 años, el padre de Anastasio de Gracia consiguió que las ganancias de su actividad comercial se transformaran en aquella pequeña parcela, una casa y tres caballos. Su hija Isabel de Gracia recordaba todo esto con admiración en una entrevista que concedió a la historiadora Pilar Domínguez Prats, en los años 80. 

Al igual que, probablemente, en alguna pausa de la lectura, sobre Las Lomas de Chapultepec, Anastasio de Gracia también recordaría su infancia en Mora, su pueblo natal. Una niñez de juegos a caballo entre la estación de tren y el viejo Castillo de Peñas Negras, en el que más de un coscorrón recibiría como defensor o conquistador del medieval bastión militar. 

Aquel niño se enamoró muy pronto. Juliana López, hija de una familia bien posicionada de Mora, le robó el corazón a los doce años. Y durante más de otros doce mantuvieron fiel noviazgo. Al cumplir los 25, contrajeron matrimonio civil por expreso deseo de De Gracia, quien nunca comulgó con la Iglesia. Esta decisión, tan moderna para la época, generó disputas familiares, pues a sus suegros, que profesaban la religión católica, no les gustó un ápice.

Hombre de pasiones precoces, De Gracia se afilió al Partido Socialista cuando cumplió trece años. Y muy pronto se marchó a trabajar a Madrid, donde comenzó a ganarse la vida como albañil en los tajos de la gran ciudad. Con 20 años, ya afiliado a la Unión General de Trabajadores —UGT— a través de la Sociedad de Albañiles «El Trabajo», se ganaba la vida como cobrador del sindicato.

En 1918, la vida se le retuerce entre el dolor y la alegría. Nace su primer hijo, una hermosa niña a la que darán el nombre de Isabel. Y a los pocos meses, su mujer, su querida Juliana, enferma a causa de la terrible pandemia de gripe que invade el país, muere. Para salir adelante, De Gracia dejará a la pequeña Isabel en Mora, al cuidado de los abuelos.

Con el paso del tiempo, el joven socialista moracho logrará rehacer su vida.

 
A mediados de los años 20, se enamorará de nuevo al conocer a Maximina Pascual López. Contraerán matrimonio y, en 1926, traerán al mundo a un niño que bautizarán como Enrique. Por aquellas mismas fechas, Anastasio de Gracia, comprometido con la causa obrera, comenzaba su ascenso dentro de la estructura política y sindical socialista.3

Líder indiscutido de la Edificación

Anastasio de Gracia es elegido secretario general de la Federación Nacional de la Edificación en su congreso constituyente, celebrado en la Casa del Pueblo de Madrid, entre el 5 y 8 de septiembre de 1921. Se convierte así en el líder de la recién nacida organización, puesto en el que se mantendrá de manera continuada durante 15 años.

A la cabeza de los obreros de la construcción, afrontará el complejo periodo histórico que va desde la monarquía de Alfonso XIII hasta el ocaso de la República. Con convicción y paso firme, De Gracia hará crecer a la Federación en número de afiliados de forma gradual y sin interrupción, la vinculará a la Unión General de Trabajadores de manera indisoluble y la abrirá al mundo integrándola en la Internacional del ramo.  

Su apuesta por integrar a la Federación dentro de la UGT, la dejó clara desde su primera intervención en el congreso fundacional. Su discurso moderado era coincidente con el principio defendido por la central socialista que establecía que la revolución debía hacerse poco a poco, a base de conquistas graduales.

Anastasio de Gracia Villarrubia
(1890-1981)