Colección Memoria de Hierro

El Instituto Nacional de Previsión en su XIX aniversario 

Discurso del señor Ministro de Trabajo
27 de febrero de 1937

Obedeciendo a un ruego, que para mí constituía, en cierto modo, un mandato, que me formuló hace unos cuantos días el compañero Consejero Delegado, he venido con mucho gusto a compartir este rato con ustedes y a colaborar, en la modesta medida de mis fuerzas, a la labor que realizaron anteriormente los compañeros Enrique Santiago y Trifón Gómez. Uno y otro han hablado de las preocupaciones que yo sé anidaban en su pecho; no es en vano que los tres estamos formados en el mismo ambiente social, los tres somos de estirpe obrera, como seguramente saben ustedes; los tres nos hemos formado en nuestros años juveniles en las organizaciones sindicales que representa la Unión General de Trabajadores; en orden a preocupaciones políticas también hemos coincidido, no teniendo por tanto, nada de particular que en mis palabras vean ustedes el eco de las suyas, o que hubiera ocurrido exactamente lo contrario.

El Instituto se reúne hoy, al cabo de 29 años de la fecha de su constitución. Yo recuerdo que cuando el Instituto se constituía, merced a las prédicas, merced a la propaganda en nuestra prensa, y también en nuestros actos, unos compañeros esforzados, a quienes todos admiramos por igual y a los que hizo referencia casi concreta el compañero Trifón Gómez, iban de un centro obrero para otro hablando de una nueva buena nueva, como era la previsión social. Previsión social implicaba aunar el esfuerzo de patronos y obreros para que apareciese en forma de realidades esta idea en nuestro país, en una hora de nuestra historia en la cual las contiendas sociales estaban más suavizadas que lo están en la hora presente. La crisis, de la que es una manifestación más la labor previsora encomendada por las leyes y decretos a este Instituto, era mucho más aguda en aquella época que en la actualidad ¿Por qué? Porque de entonces acá la situación de la clase trabajadora en general, única beneficiaria de los bienes que pueden producirse por una acción social de tanta profundidad como la que realiza el Instituto Nacional de Previsión, se encontraba en condiciones infinitamente peores. Y es por esta misma razón, compañeros, por la que los discursos , los folletos y los artículos de propaganda respecto de una institución tan importante en la vida social española como el Instituto Nacional de Previsión, no hallaban el eco apetecido por sus defensores, porque se encontraba con una clase obrera debilitada en el terreno económico, en proporciones casi inconcebibles, y con una clase patronal —la otra directamente interesada— en un estado de sordidez que, afortunadamente ha desaparecido ya. De aquí que al advenimiento de nuestras formas políticas a la vida nacional, y más que a este advenimiento en la época inmediatamente anterior, se hayan emprendido por los distintos sectores sociales y políticos, críticas y censuras, procurando señalar en sus propagandas las faltas y defectos que podían existir, y que seguramente existirán en ésta y en todas las demás instituciones sociales; unidas estas dos circunstancias, el estado económico y la sordidez de esa clase patronal, el estado de exaltación sentimental que puede crearse, que necesariamente se crea en todas estas situaciones de miseria en que ha vivido la clase obrera de nuestro país, era el ambiente menos a propósito para que la idea del Instituto creciera, y, sin embargo, creció ¿Por qué? Porque tenía una especie de apostolado de clase, porque tenía, además una razón de ser de tipo histórico, que sólo el tiempo ha podido confirmar. No es, ciertamente, nuestro pueblo uno de los de mayor capacidad asimiladora para comprender en plazo breve la bondad que hay en una institución tan compleja, tan interesante, tan equilibrada como es el Instituto Nacional de Previsión; pero lo cierto ha sido —ustedes pueden verlo posiblemente con más claridad aún que nosotros—, que con una situación monárquica el Instituto era una institución respetable; que con una situación republicana, como la de los dos primeros años del nuevo régimen, el Instituto ha sido atendido en la medida de lo posible. Más aún: se amplían en una fase, en un aspecto tan interesante de su actividad y atribuciones, las facultades de este Instituto, como son aquellas a que se refiere todo un capítulo —el más interesante de la legislación actual sobre accidentes de trabajo— estableciendo la Caja, que da intervención directa al Instituto en las dos clases de accidentes más graves que puede sufrir la clase trabajadora. Cuando hoy vaya viendo esto, es muy natural que se interese por un aspecto de la vida social, de la vida oficial española,  que hasta ahora no había sentido en toda su extensión, en toda su profundidad. Para nosotros, socialistas, como ustedes saben, el Instituto no podría ser considerado de ningún modo como una forma, como una síntesis de la virtud, lo cual fuese posible, ahorrando así al esfuerzo humano al esfuerzo de la acción y al pensamiento, una parte de la justicia social tan amplia como ésta que anhelamos: a ver a todos los hombres libres, emancipados económicamente. Pero nosotros sabemos desde que somos socialistas, desde que somos militantes de sindicato, que esa transformación social que constituye la razón de ser de nuestro movimiento social, no se puede realizar en tiempo tan corto como uno mismo deseara. Y si aliviamos la suerte de los ancianos un día, con millones que ya han recibido en concepto de auxilio a su misma ancianidad, nos parece que se hace una obra social, una obra buena. Es posible que en el concepto de algunas personas, esto no responda plenamente a una concepción revolucionaria de la vida y de la sociedad; para nosotros eso es tan revolucionario como lo que están haciendo en los distintos frentes de batalla los compañeros que luchan hoy contra el fascismo ¿Por qué? Porque nuestros padres, los hombres anteriores a nuestra generación, han vivido en una situación económica difícil, distinta, peor a la nuestra. Si a las generaciones posteriores les faltaran también los medios económicos para atender a sus obligaciones familiares con la holgura y abundancia a que tienen derecho, es seguro que esas dificultades aumentarían en cuanto tuviesen que subvenir a las necesidades de los padres ancianos. Y si en virtud de una aplicación del estudio de las ciencias del trabajo y la colaboración de todos, se logra aliviar la situación de esos padres ancianos nuestros, se ha hecho una labor revolucionaria; porque si nosotros queremos hacer una revolución profunda, no es porque tengamos sed de sangre ni sentimientos de venganza; queremos hacer esa revolución porque queremos acabar, si es posible, con todas las injusticias, y una de las injusticias más grandes que puede darse, cualquiera que sea el criterio personal que tengamos respecto de todas y cada una de las cosas, es no ocupar y atender a los hombres mutilados; hay que colocar a los inútiles para la producción en las mejores condiciones económicas que permitan las circunstancias en que nos movemos.

Y ahora, a través de los años de actuación del Instituto y aprovechando este momento de su 29 aniversario, vamos a hacer algo que viene en ayuda también de la maternidad y de la infancia.

No saben los compañeros que antes hablaron, cuán deseoso estoy yo —y seguramente en esto puede subrogarme la representación del Gobierno en pleno— de que en nuestro país se empiece a defender una educación en orden a las funciones de maternidad, en orden a las funciones de la concepción, en orden a las funciones de la lactancia tan amplia, tan científica, tan clara como aconseja el interés presente de la sociedad y lo exige el interés futuro de esta misma sociedad.

Si nosotros no tenemos en nuestras jóvenes, las futuras madres, mujeres inteligentes que saben cuáles son los inconvenientes del embarazo, que saben cuáles son las dificultades del alumbramiento y que tienen una noción clara de cuál es la función de las madres, nuestra infancia estará en malas condiciones para su desarrollo; y si la infancia de hoy se desarrolla en una gran dificultad de condiciones, es natural que los niños no serán robustos y, sobre todo, no podrán ser inteligentes. Ese estado de atraso en que vive España en orden a su cultura general, nosotros nos lo explicamos pensando en las condiciones materiales en que se ha desenvuelto y cuando hacemos madre a una mujer que no sabe leer ni escribir, que no ha podido hacerse la idea más rudimentaria en orden a lo que es la función que la Naturaleza le ha asignado, estamos desprovistos de la defensa necesaria para llevar a feliz término el fin más hermoso a que puede aspirar el hombre y la mujer unidos; a crear una prole robusta, una prole inteligente. A los hombres que tenemos puesto en los hijos lo mejor de nuestras ilusiones; ¿a qué padre o madre le puede ser indiferente la acción social de un Estado, que tiende a mejorar cada día los medios sanitarios y que más pueden convenir a su prole en un porvenir más o menos inmediato? A ninguno. Desde este punto de vista, también hacemos nosotros la parte de revolución que nos corresponde.

¿Qué va a hacer el Gobierno? Entre los puntos que han tratado los compañeros Enrique Santiago y Trifón Gómez, hay una reforma en proyecto de las que seguramente tienen conocimiento todos los compañeros consejeros, que el Gobierno estudiará con toda la atención que ello requiera en el momento oportuno.

Qué dichoso me sentiría yo, camaradas, si en este momento pudiera hablaros en presente de cosas que la realidad impone que os tenga que hablar en el futuro. Interesante es por demás la reforma proyectada por el Consejo del Patronato para ampliar las actividades del Instituto Nacional de Previsión ¿No ha de serlo? Pero yo os digo, camaradas, que si es urgente eso, que si es de una necesidad que soy el primero en reconocer, no podemos olvidar ninguno —yo estoy seguro de que ninguno de ustedes lo olvida— que a la hora actual tiene España un problema que no se parece a ninguno de los que se han registrado en nuestra Historia durante muchísimos años, si digo siglos acaso no incurra en exageración. España tiene delante de sí un problema como una guerra civil de dimensiones desconocidas hasta ahora. El Gobierno tiene la obligación ineluctable de acudir con lo mejor de sus energías, con lo más valioso de sus actividades a apagar cuanto antes y victoriosamente este incendio que amenaza sepultar nuestro país en una atmósfera de tiranía que avergüence al género humano. El Gobierno tiene delante de sí una preocupación tan grande como la de pensar que alguna vez pueda ocurrir en España algo de lo que está sucediendo ya hace tiempo en algunos otros países, gobernados de la misma manera que se quiere gobernar al nuestro por los elementos militares sublevados, y tiene la obligación histórica de consagrar lo principal de su esfuerzo a acabar con esta hoguera, a acabar con esta guerra; pero sabed —yo quiero exponerlo ante ustedes— que el término de ella implicará para el Gobierno en su conjunto, para el Instituto Nacional de Previsión, particularmente, el planteamiento de una cantidad de problemas de dimensiones insospechadas, de gravedad no conocida hasta el momento que vivimos, en las personas de una porción de jóvenes camaradas nuestros que van a quedar, después de esta contienda, inútiles completamente para el trabajo.

Con los organismos técnicos del Instituto Nacional de Previsión y con la ayuda de los Gobiernos de izquierda —que no podrán ser de otra manera si tenemos fe, si tenemos propósitos de triunfo— el Instituto tendrá que intervenir en las distintas modalidades de auxilio que éste puede prestar. Con los hombres amputados, inútiles para una porción de actividades económicas, ¿qué se va a hacer? ¿Colocarles los aparatos protésicos propios de la situación física en que hayan quedado? Eso indispensable; pero es posible que haya necesidad de que el Estado se ocupe, a la vez, de reeducar a esos hombres para que en vez de un lastre, de un peso para la sociedad, de elementos inútiles que prometían ser, se conviertan en elementos de la mayor utilidad posible para la clase social a que pertenecen. Quedarán camaradas, muchos niños sin padre, quedarán muchas compañeras viudas, quedarán mucha madres destrozadas. No en vano se pierde lo que tanto se ha querido, lo que tanto se estima. Si al Instituto le corresponde alguna vez —yo creo que le corresponderá— una función benéfica, una función social que desempeñar a favor de estos hombres y de sus familias, ¡qué cosa más grande, qué cosa más revolucionaria pueden hacer ustedes, funcionarios ilustres o modestos, qué importa eso si todos van a realizar la labor social más importante que se puede plantear a un país al término de una crisis tan grave como la que vive el nuestro en la actualidad!

Cuando todos los funcionarios se saturen, se impregnen de estas preocupaciones, que no dejan lugar ninguno al diletantismo, a la frivolidad, sino que nos ponen a todos, funcionarios o no, en la tensión de nervios más grave que puede ponerse el sentimiento humano, yo estoy seguro de que todos trabajarán, desde el ordenanza hasta el actuario, con el mismo entusiasmo que nosotros, como queremos trabaje todo el mundo en el porvenir, no como se ha trabajado hasta ahora a través de las distintas fases de la economía de los pueblos; una vez para el señor, otra vez para el negrero, otra vez para el patrono. En el ánimo de algunos elementos del Gobierno —ya podéis suponer a quienes me refiero— está el que España salga de esta curva de su Historia en las mejores condiciones posibles para que en un plazo, tan breve como pueda ser —no tenemos otra ambición— el trabajo sea libre en nuestro país, el trabajo sea una función social que dé alegría, que dé satisfacción, que dé honores, que dé crédito, que dé todo aquello que ennoblece al hombre, que de aquí en adelante le prive de la pesadumbre de las distintas formas de la tiranía, porque han tenido que atravesar generaciones de compañeros nuestros.

Y si vosotros, a través de estas horas críticas que vive España, con la ayuda y la iniciativa del Consejo, con el apoyo del Gobierno —en lo que de mí dependa no os faltará— lográis impregnar vuestro espíritu y vuestra voluntad con una concepción tan elevada como es la de saber que a la hora en que empieza el trabajo empieza una función saludable y a la hora en que termina se ha acabado el bien que cada uno podemos realizar, en beneficio de los demás, yo estoy seguro de que estaréis en buenas condiciones espirituales para cumplir vuestra función todos los días, con la satisfacción interior de quien cumple con un deber para con los suyos, porque trabaja, porque gana su jornal o su sueldo dignamente para con los demás, porque ha consagrado su esfuerzo al bien del prójimo, a la sociedad en general.

Han hablado los compañeros de algo respecto a lo cual yo quisiera decir breves palabras porque no me considero con derecho a abusar demasiado de la paciencia de ustedes. Se ha hablado de deseos, de anhelos para el porvenir; y se ha hablado también, incidentalmente —yo creo que el compañero Gómez no se extendió más en su deseo de ganar tiempo— acerca de algo que ocurre en nuestro país en la actualidad y de los que yo quiero hacerme eco también ante vosotros, una vez más en nombre del Gobierno.

La primera preocupación de todo ciudadano español en esta hora, consiste en apoyar, consiste en ayudar con su trabajo, con su opinión, con su entusiasmo, al Gobierno del  Frente  Popular, constituido hace unos cuantos meses. Yo sé que estas palabras pudieran despertar, dejar percibir en algunos oídos, atisbos de indiscreción que no tengo por qué ocultar. El Gobierno pide hoy ayuda de todos los ciudadanos españoles conformes con la República establecida en 1931, no porque sea más o porque sea menos patriota que lo fueron los gobiernos anteriores o puedan serlo gobiernos futuros; el Gobierno apela a la colaboración de todos los elementos de España conformes en lo principal de la política que las circunstancias nos han impuesto: la política de guerra, porque entiende que de esta manera es como se hace patria, como se hace país, como se hace nación. Hasta hace unos cuantos años estos conceptos tan nobles se interpretaban con un criterio tan mezquino, que para ser buen patriota parecía cosa indispensable llevar por lo menos la mitad de nuestro corazón lleno de odio contra el prójimo que habitaba un poco más del término geográfico de nuestras  fronteras nacionales. En la actualidad nos encontramos, compañeros del Instituto, que es de aquellas escuelas, que es de aquellas clases sociales de donde han salido las personas, las entidades, que en la actualidad y en nombre de un ideal de patria, han regado de sangre el suelo de la nuestra, de manera que todos sabéis. Nosotros somos amantes de la patria, amantes de la nación, pero amantes a nuestra manera; en esto también vemos que hay clases. Porque si al cabo de unos años de elucubraciones, de preocupaciones de carácter social y político, nosotros hubiéramos llegado a la triste conclusión de que el patriotismo de un nacionalista del tipo de los que están combatiendo contra nuestras armas, era idéntico al patriotismo que anidaba en el pecho de los hombres que están entregando su vida por colocar a España en mejor situación cada día, habría motivos, no para arrepentirse sino para algo mucho peor.

Cuando venimos a colaborar en una reunión tan modesta, tan limitada, tan llena de recogimiento como la actual, queremos expresaros nuestro deseo, nuestra seguridad en el triunfo de las armas españolas, no para acabar con el sentimiento nacional  y con el sentimiento de patria que tenga cada uno de vosotros, sino para decir —quisiera que lo oyera todo el pueblo español— que queremos hacer una patria en la que pueda pensarse libremente, en la que se trabaje honradamente, en la que se viva con dignidad y, como para vivir con dignidad, para trabajar honradamente, para pensar con libertad es indispensable que en los estamentos políticos del país se den las garantías indispensables para que este régimen de libertad sea un hecho, nuestra libertad ciudadana, nuestra libertad individual, nuestra libertad colectiva se está ventilando actualmente en los campos de operaciones, camaradas. Nuestra solidaridad, nuestro esfuerzo, nuestra admiración para aquellos soldados, para que el día que acaben las jornadas sangrientas que estamos viviendo por culpa de los enemigos de nuestro país, unidos a ellos, mano con mano, corazón con corazón, podamos reanudar normalmente nuestra vida y trabajar cada uno en la previsión, en los sindicatos, en los partidos, en el Gobierno, en las oficinas, dondequiera que sea; pero así como para los religiosos su Dios ha sido el punto iluminador de todas sus actividades, que para nosotros sea en esta hora, sin dejar de serlo para las demás, la libertad inmediata de España del yugo fascista que le amenaza por culpa de unos malos españoles que creo no pensaron lo que iniciaron el día 19 de julio (grandes aplausos).

Anastasio de Gracia Villarrubia
(1890-1981)