El señor Lerroux compareció ayer ante las Cortes para ratificar su declaración ministerial. Se equivocaban quienes apuntaban la sospecha de que el señor Lerroux, a pretexto de una contingencia cualquiera, declinaría en el señor Martínez Barrio la tarea —harto abrumadora y humillante— de aceptar, en nombre del Gobierno, las condiciones que, para ser tolerado en el banco azul, le imponían sus aliados a través de los discursos de Gil Robles el martes y del señor Martínez de Velasco ayer. Acertábamos, en cambio —y ello no supone mérito alguno conociendo la psicología del jefe radical y las circunstancias en que este Gobierno llega al poder—, al suponer que el señor Lerroux eludiría, de igual manera que lo hizo en la declaración ministerial leída el martes, toda definición concreta, afirmativa o negativa, sobre los problemas que como gobernante ha de abordar. En efecto, el señor Lerroux se debatió en un círculo de sombras y vaguedades convencionales para cumplir el tremendo papel de hablar durante largo tiempo sin decir nada ¿A quién contestaba el señor Lerroux? ¿Qué programa es el suyo? ¿Qué política se propone desarrollar? Perderá el tiempo quien busque respuesta clara en las palabras del señor Lerroux. Lo cual no quiere decir —según hemos opinado anteriormente— que tengamos dudas en cuanto a los propósitos y significación del Gobierno si es que cabe atribuirle significado y propósitos propios. El debate político, siendo, como ha sido, un torneo de equívocos, tiene, sin embargo, una brutal diafanidad. No es un Gobierno lo que se sienta en el banco azul. Es un pobre conjunto de marionetas que se moverán —que se están moviendo ya— a voluntad de quienes han comprado su servidumbre con la fuerza de sus votos parlamentarios. Votos, sobra que lo añadamos, no ya republicanos, sino antirrepublicanos. Tampoco en ese punto pueden engañar a nadie los equilibrios oratorios de Gil Robles o del señor Martínez de Velasco. Si el Gobierno ha podido contar con los votos de las minorías que representan uno y otro, es sólo en la medida que el Gobierno deja de ser republicano. La tarea que al Gobierno se le encomienda es, lisa y llana, la de deshuesar la República, ponerle grilletes y entregarla prisionera y vencida en manos de sus enemigos. Toda la retórica lerrouxista no basta a encubrir esa infamante realidad.
Y ese encargo es el que aceptó ayer de manera definitiva, acaso para coronar dignamente su historia de republicano claudicante, el señor Lerroux. Se ha sellado el pacto. Se ha firmado la venta. Gil Robles ordena y Lerroux obedece. En eso ha venido a parar su republicanismo histórico y su ciencia presunta de gobernante. Hasta el recurso del disimulo le ha sido negado para que su sometimiento le sea más vergonzoso y deprimente. Porque después del discurso de Gil Robles, conminatorio, terminante, de pura traza fascista, ¿qué suerte de disculpas podrá aducir el señor Lerroux? Sólo un leve reparo puso el señor Lerroux a las palabras del sacristán convertido en caudillo político. Y ese reparo, concerniente a las frases con que Gil Robles propugnaba —hipócritamente— una especial atención para remediar el paro obrero, «sacando el dinero de donde fuese», lo formuló el señor Lerroux, no para decir que el dinero habría que buscarlo en los bolsillos de quienes lo tienen, sino para decir que las clases pudientes no pueden ser demasiado sacrificadas… O sea que el jefe radical se sitúa más a la derecha que el propio Gil Robles. Esa es la única discrepancia que hizo presente el señor Lerroux.
Gobierno de tránsito, sin voluntad, sin decoro y sin iniciativa. Tal es el que se sienta hoy, con la licencia de los monárquicos, en el banco azul. Tras él, cuando haya cumplido su misión de facilitar el traspaso, quedan a la espera, impacientes y agresivas, unas derechas que por boca de Gil Robles se han declarado enemigas del Parlamento y la democracia. Eso es el fascismo. Ese es, y no otro, el porvenir inmediato que se le depara a la política republicana con la complicidad, consciente o inconsciente, de los propios republicanos. No cabe ya que nadie piense honestamente en situaciones de término medio. No las hay. No puede haberlas. Quiérase o no, el presente aboca a soluciones de tipo revolucionario. Se confirman nuestros pronósticos, reiterados y leales. Confirmada quedó también públicamente, en el salón de sesiones, nuestra resuelta voluntad de presentar batalla en el único terreno que podemos presentarla ya. Lo demás es ficción y optimismo suicida. Y para ficciones, ya tenemos bastante con ese Gobierno que no representa nada, como no sea el símbolo de una entrega sin dignidad.
Notas:
1 Artículo publicado sin firma. La autoría fue atribuida a Anastasio de Gracia por el director de El Socialista, Julián Zugazagoitia, en su declaración recogida en la instrucción de la causa abierta por denuncia del Ministerio Fiscal, al considerar que en el texto periodístico se cometía un delito de «injurias a ministros de la República». El propio Anastasio de Gracia confirma ante el juez instructor la veracidad de lo declarado por Zugazagoitia y se confiesa autor del artículo según consta en el expediente del AHN, FC-Tribunal Supremo Recursos, 93, exp. 128. Al igual que en el artículo anterior, existen dudas razonables de quién fue su autor, debido a la estrategia seguida por el Partido Socialista para evitar que los redactores de su periódico acabaran en prisión. Del mismo modo que en el caso anterior, el Tribunal Supremo solicitó el suplicatorio a las Cortes para encausar a Anastasio, que le volvió a ser denegado.