Mi inseparable amigo: Comienzo esta enviándote mi felicitación por el triunfo alcanzado en las lides del periodismo. Siempre me dio a mí en la nariz que tú llegarías a ser un aplasta-canónigos, y ya que tu abuela se murió hace dos meses déjame a mí, el mejor amigo que tienes, que te apondere, te felicite y abrace.
El artículo «¡Vamos, señor Arboleya!» que apareció en el último número de La Aurora, y que supongo se debe a tu bien tajada pluma —qué empalagoso soy ¿verdad?— no tenía vuelta de hoja y claro, como el apologista canónigo no podía contestarle, interpuso su influencia parientil —¿qué frasecita eh?— mitrada, para que el lápiz rojo te hiciera pagar caro tu atrevimiento.
¿Qué decías en aquel artículo? Que los obreros no habían dejado de ser católicos porque los capitalistas sean o no católicos, aprieten o dejen de apretar, sino porque el catolicismo como las demás religiones basadas en lo sobrenatural, no puede ser profesado por quienes discurran, y es verdad.
Vamos a suponer que la Iglesia católica se pone al lado de los trabajadores y les defiende contra las demasías de los patronos. ¿Debe por esto el obrero ser católico? No, y la razón es obvia.
Porque los socialistas ayuden a los trabajadores a alcanzar más salario y reducir las horas de trabajo, ¿deben los obreros ser socialistas? No, y también está claro.
Como los socialistas demuestran al obrero que la explotación que sufren es consecuencia del régimen burgués en que vivimos, y que para acabar con tal explotación hay que ir al Socialismo, donde no puede haber explotados ni explotadores del trabajo, así deben demostrar Arboleya y los que como él piensan, que el catolicismo está fundado en la verdad, y que con el catolicismo no habrá injusticias sociales. ¿Pueden probar esto los católicos? Pues a probarlo, que todo lo demás es música ratonera.
¡Pobre Iglesia el día que no defienda a la clase capitalista! Ese día se le acaba el poderío que tiene, pues el basado en la convicción de sus creyentes, está bastante resquebrajado. Esto lo saben bien los primates del catolicismo, y por eso van del brazo del capitalismo, ayudándole a dominar, predicando resignación a los que sufren las consecuencias de una explotación desenfrenada.
Y tú, queridísimo Vigil, ¿no sabes que debes seguir tu camino, dejándote de tontos que piensan es tan fácil pescar obreros incautos, como una canonjía por medios reprobados?
Ya ves, por no hacer caso de mis consejos anteriores, tendrás que responder ante los tribunales del rapapolvo que le diste a ese canónigo enfatuado.
¿Qué contesta él a tus razones? Que no hace más que dirigirle insultos personales. Para esa gente, decir la verdad es proferir insultos.
En cambio, para combatirte a ti, casi exclusivamente, publica en Pravia un semanario, casi todo el escrito por su mano pecadora, en el que te ha llamado bruto, animal, torpe, blasfemo, infame, granuja, villano, corruptor, explotador del obrero, ignorante, y yo no recuerdo cuantas brutalidades más; pero eso, según él, no deben ser insultos, deben ser elogios, como si para prodigarte estos no estuviera antes tu abuela y ahora yo.
Un año hace, que un domingo tras de otro, se te injuria y calumnia por medio de la imprenta; todavía no publicaron ningún hecho cierto de que tengas que avergonzarte, y nada, tú tan impávido con la conciencia tranquila. Tomas un día la pluma para contestar al principal redactor de tal libelo; no dices nada de que pueda querellarse como particular, y ¡zas! viene el Sr. Fiscal y denuncia al periódico por no publicar aquello mismo que has leído en otros periódicos, escrito aún con más dureza.
¿Crees que Arboleya y tú combatís con armas iguales? Pues estás en un error amigo.
Por una vez que le contestas cara a cara, ya ves lo que ocurrió, y es que no persiguen otro fin que echarte a un presidio. Tú no serás criminal, no robarás, ni matarás; serás buen hijo, buen padre, excelente ciudadano; y todo lo que debe ser un hombre honrado; pero ¡ay! Que cometes el gran delito de insertar en el periódico cuya dirección para tu daño te confiaron, las denuncias que te envían contra los malos curas que faltando a su deber abusan de sus feligreses, y eso no pueden perdonártelo los catolicismos petulantes que te combaten, y que por irrisión se llaman también cristianos. Ahí está todo lo malo que tú haces.
Réstete poco o mucho de ser director de La Aurora Social, procura seguir mis consejos. En lo sucesivo, dedícate a escribir mentiras y más mentiras. Di en todos tus escritos y en todos tus discursos, que Arboleya es un sabio, todos los curas unos santos, la religión católica la mar de buena, los obreros socialistas unos explotadores y los patronos católicos unos infelices explotados. Di siempre en asuntos de religión, que lo blanco es negro, lo negro blanco, lo azul verde, lo rojo azul: que El Carbayón, como periódico doctrinario, es el Evangelio y el periódico de Pravia la mar de decente, y yo te aseguro ¡oh, malaventurado Vigil! Que si Arboleya no pone toda su influencia para que te canonice la Iglesia, si mueres antes que él, es para que no vayas a ocupar el puesto que en el cielo él se cree tener reservado por las estupideces que escribe.
Y ahora, escrito lo que antecede, haces lo que te de la gana; pero no dudes nunca del entrañable afecto de tu inmejorable amigo.
Notas:
1 Firmado por su heterónimo, Miguel Lavín.