Colección Memoria de Hierro

La taberna y el rosario1

La Aurora Social, 6 de marzo de 1908

No es cuento, lector, lo que voy a referirte. Es un suicidio, y el lugar de la acción la villa gijonesa. Allí hay dos Círculos Católicos, un diario católico y dos periódicos moralmente católicos, y con tanto catolicismo dios tenía que inspirar a un tabernero, que es el protagonista de esta historia.

Hay en Gijón un alcalde, a quien el nombre de Jesús impone como un deber religioso, más que de autoridad, el hacer que se cumpla el descanso dominical. Y D. Jesús va consiguiendo que se respete la ley a fuerza de multas.

En Cimadevilla, hay una taberna y un domingo de estos últimos a ella se encaminaron varios curdibilis. Negábanse a abrir el buen tabernero, católico por conveniencia y expendedor de sidra por afición; pero ante la insistencia de los parroquianos abrió la puerta dándole entrada.

Cuando alegremente escanciaban sidra y más sidra, a la puerta, que había vuelto a ser cerrada, llamaron otros merluceros. El tabernero no quiso abrirlos, porque aquello era demasiado. Despechados los parroquianos del segundo turno, abandonaron el templo de Baco y fueron a contar a la guardia civil que en aquel establecimiento había varios fieles libando el dulce néctar de los dioses asturianos.

En cumplimiento de su deber llegan los guardias al templo de marras. El sacerdote o abad, atisba a los del tricornio y prepara la defensa. Su vivienda está unida a la taberna, y en ella tiene un oratorio. ¡Cómo no, si es ferviente católico! Encamina los sidreros al oratorio, pone a uno el rosario en la mano, y díceles que se pongan a rezar para que en esta operación los encuentren los guardias al entrar en el establecimiento.

La comedia está preparada. Abre el tabernero a los guardias. Entran estos y no ven a nadie. Insisten en que allí hay bebedores, y entonces el tabernero católico encamina a los guardias a donde los curdibilis, trocadas las botellas por el rosario, mascullaban rezos y más rezos.

Los guardias civiles salieron corridos del tabernáculo con el fusil entre las piernas. Y el tabernero, gracias a su devoción, se libró de la multa que por clasificación le correspondía a D. Jesús.

Y si, lector, dijeres ser comento como me lo contaron, te lo cuento.


Notas:

1 Publicado bajo el pseudónimo de Miguel Lavín.

Manuel Vigil Montoto
(1870-1961)