Con un borracho:
— ¿Con qué eres católico?
— A Dios gracias.
— ¿Y pillas cada borrachera que da la hora, pegas a tu mujer, malgastas el jornal y eres la causa de la miseria en que viven tus hijos?
— ¿Y qué? La Iglesia condena eso, pero confieso todos los años y pienso confesarme antes de morir, al dejar el mundo iré más limpio que una patena.
Con un ladrón:
— ¿Católico y te echas al campo a robar y matar?
— Ya sé que no está bien, pero ¿qué quieres?
— Hombre, que seas honrado.
— Quiero serlo y no puedo. Por eso llevo sobre mí estos escapularios y medallas. El día que muera, la Virgen me salvará, por la devoción que la tengo.
Con un avariento:
— ¿Tiene V. en casa una capillita?
— Yo soy muy católico.
— Y muy amante del dinero.
— Sí, es verdad, me gusta ver estos montones de oro aquí reunidos quien sabe a costa de cuantos esfuerzos.
— Y de cuántas lágrimas.
— Algunas se habrán derramando por mi causa. Campesinos que quedaron por mí sin sus tierras; pequeños propietarios sin sus casas; industriales sin su industria; comerciantes sin…
— ¿Y no teme usted que su alma se condene?
— No, porque pienso dejar mucho dinero a los curas para misas.
Con un aldeano:
— ¿Dónde va usted con esos jamones, esas aves y ese trigo?
— A casa del cura.
— ¿Le sobrará a usted en casa?
— No señor; nos lo quitamos alguna vez de la boca para dárselo al cura.
— ¿Y por qué se lo llevan?
— Porque es costumbre. Y además porque tememos condenarnos si abandonamos al cura.
— ¿Está pobre?
— ¡Ay, señor, está más rico que nosotros!
— ¿Y aún le dan?
— Pobres de nosotros si no le hiciéramos regalos como los demás, ¡Sería capaz de negarnos hasta la absolución!
Con un ignorante:
— ¿Con qué católico, eh?
— Y de los más fervientes.
— ¿Y por qué lo eres? ¿Sabes si hay más religiones que la tuya y si son mejores o si todas son falsas?
— Yo no sé nada. Soy católico porque lo fueron mis padres.
— De modo que te reirás del cielo, infierno, imágenes y demás cosas de los curas.
— Para mis adentros me río muchas veces, y hago lo que me da la gana. Pero sucede a veces que temo morirme e ir al infierno y hago todo lo que manda la Iglesia.
— ¿Crees en el infierno?
— Creo en él, por si acaso.
Con un cura:
— Sea usted sincero. ¿Qué le parece la religión de que vive?
— Me parece cosa excelente muchas enseñanzas de ella y que todo hombre honrado, cualquiera que sea su opinión, también enseña y practica.
— ¿Pero no cree en lo dogmático de ella?
— Si he de decir la verdad, son pocos los de la Iglesia que creen en ella. Eso del dios trino y uno; lo de los misterios de la encarnación, la resurrección de Jesús, lo del cielo y lo del infierno, y sobre todo lo del purgatorio, ningún eclesiástico de alguna ilustración hace caso de ello.
— ¡Luego todos ustedes son unos farsantes!
— ¿Y qué quiere usted? Si la religión pudiera desaparecer en unos días ¿de qué viviríamos los millones de individuos que desde el cura hasta el más alto cargo de la Iglesia, puede decirse estamos sostenidos por la estupidez humana?
Con un sabio:
— Me extraña que sea usted católico.
— No lo soy amigo. Lo aparento y nada más.
— Luego usted es un farsante.
— Soy un hipócrita como otros muchos. Sí, es censurable lo que hacemos los que pasamos por sabios porque debido a nuestra autoridad, aún hay modo de sostenerse esa ficción del catolicismo que tanta sangre y tantos millones derrocha inútilmente.
— ¿Y por qué no rompe usted contra ciertos convencionalismos?
— Hace falta una gran fuerza moral para ello. ¿Cómo voy a luchar contra mi esposa a quien adoro, contra los ricos que explotan mi ciencia y contra la Iglesia que por sus relaciones con mi familia convertiría mi hogar en un infierno?
No quiero preguntar más. ¿De modo que la religión católica se sostiene porque los pillos hallan en ella un descargo para su conciencia, porque los ignorantes son… ignorantes, porque los curas la necesitan para vivir y porque los sabios que viven en ella no tienen suficiente fuerza moral para ser sinceros?
¿Dónde está entonces la fe?
¡Qué religión que sobre tan falsas bases se sostiene tenga tanto poderío y nos lleve tantos millones…! ¡Qué vergüenza!
Notas:
1 Firmado por su heterónimo, Miguel Lavín.