Se habla mucho entre los mineros de lo bueno que es estar unidos, pero sin comprender, verdaderamente, cuánto vale la unión.
Muchos trabajadores de las minas, oyen con gusto hablar mal de sus patronos y gozan cuando se ataca despiadadamente a sus capataces, vigilantes o contratistas.
¿Creéis mineros, que basta con denunciar los abusos, atropellos y desmanes de vuestros explotadores?
No lo creáis.
Poco importará a los que viven de vuestro sudor que los llaméis ladrones, que rechinéis los dientes de rabia, cuando cometen con vosotros una granujada, si vuestra protesta no está apoyada por la unión de todos vosotros.
Ante la lectura de una carta que publica un periódico donde a vuestros verdugos se les llama canallas, explotadores, vampiros y todo cuanto se le ocurra al que la haya escrito gozáis lo indecible exclamando: ¡Es verdad todo eso!
¡Desgraciados! Al día siguiente volvéis al trabajo. El capataz, o la persona cuyos abusos fueron denunciados, no sabiendo quien fue el autor de la carta publicada, se ensaña contra cualquiera de vosotros, le da los peores trabajos, lo despide de las minas o le rebaja el ya mezquino salario, y queda satisfecha por el pronto su venganza.
¿Qué habéis conseguido con eso?
Que un compañero vuestro, acaso de los más inteligentes y activos para trabajar por vuestro bien, tenga que abandonar la localidad y descender aún más en la escala de la vida, poniéndose más en contacto con la miseria. Vosotros seguiréis siendo explotados infamemente y acaso con menos esperanzas de mejorar vuestra suerte por faltaros el que os animaba para la lucha, el que con sus consejos iba consiguiendo que entraseis poco a poco en la organización.
¿Verdad que con esas denuncias salís muchas veces más perjudicados que beneficiados? Seguramente que sí.
No, no desconozco que algunos al ver denunciados en los periódicos los atropellos que cometían con vosotros han cambiado algo su proceder para con los obreros; pero, ¿cuántos son los que se han ensoberbecido más? Bastantes porque eso depende de ellos mismos. Los que son algo decentes y tienen alguna educación, procuran modificar su modo de obrar para no ser tiranos, y los que son unos bárbaros, unos completos animales, siguen siéndolo toda su vida por aquello: el que nace para ochavo…
No, obreros de las minas, no basta sacar a la vergüenza pública a los que os esquilman, a los que viven de vuestro trabajo, si al mismo tiempo no hacéis algo para poner a cubierto a vuestro compañeros de las iras de los denunciados.
Es preciso que todos hagáis algo por vosotros mismos; es necesario que los malvados que os maltratan vean en los mineros, no un rebaño de manas ovejas a quien impunemente se puede quitar la lana o retorcer el pescuezo, no, y sí un ejército de hombres con conciencia de sí mismos no dispuestos al sacrificio.
¿Vais haciéndoos cargo de lo que voy escribiendo? Pues seguid leyendo mis pobres artículos y ya veréis que sencillo es conseguir vosotros mismos el respeto y la consideración de que sois dignos.
¡Cuánto no habéis padecido, cuánto no os han robado, cuántas amarguras sufridas por vosotros, vuestras esposas y vuestros hijos por no conocer vuestra propia fuerza, por no conocer cuánto vale vuestra unión!
Notas:
1 Firmado por su heterónimo, Miguel Lavín.